La OMC es más necesaria hoy que cuando se fundó

El órgano internacional se encuentra en cuidados intensivos, pero es muy importante que siga vivo

Ngozi Okonjo-Iweala, presidenta en turno. Reuters
Consejo Editorial
Londres /

La maratónica reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que se celebró la semana pasada devolvió un poco de vida al sistema multilateral. Se pudo proclamar un paquete de acuerdos, incluida una exención parcial de las patentes de vacunas contra el covid y recortes en los subsidios a la pesca; estos acuerdos carecían de mucha sustancia real, aunque su impacto depende de su aplicación.

Sin embargo, la OMC sigue, en muchos sentidos, en cuidados intensivos. Mantenerla viva es importante; si no existiera, el mundo tendría que reinventarla, algo muy difícil en la actualidad. De hecho, con el multilateralismo sometido a tanta presión, y los problemas de administración de los bienes públicos globales que se multiplican, puede decirse que hoy es aún más necesaria que cuando se creó en 1995.

La globalización, de la que la OMC ha sido impulsora y facilitadora, se estancó. A la crisis financiera mundial le siguió una reacción populista negativa contra las fronteras abiertas. La elección de Donald Trump llevó a una guerra comercial de Estados Unidos contra China. La pandemia cerró las fronteras, trabó el comercio global y llevó a las empresas a reconsiderar la conveniencia de ampliar las cadenas de suministro.

Esto hace que la probabilidad de otras grandes rondas de liberalización comercial en un futuro próximo sea casi inexistente. De hecho, las preferencias sobre cómo regular algunas de las principales áreas de crecimiento actuales, como los servicios digitales, difieren tanto en todo el mundo que es difícil ver una base para acordar reglas globales.

Sin embargo, el comercio abierto es tan importante para la prosperidad mundial y hay tantas cuestiones que los países deben abordar que un foro como la OMC puede desempeñar un papel fundamental. Un ejemplo, a pesar de la insuficiencia del acuerdo de la semana pasada, se limitan los subsidios a la pesca que destruyen a los peces a escala mundial. Otro es la política climática. El mecanismo de ajuste fronterizo del carbono que aplica la Unión Europea —con aranceles a las importaciones en las que el productor no paga un costo por las emisiones— está destinado a dar lugar a discusiones sobre cuáles son legítimas y cuáles son proteccionistas. Sin al menos una forma de resolver las disputas, pueden producirse guerras comerciales.

Ngozi Okonjo-Iweala, la enérgica directora general de la OMC, merece un gran reconocimiento por mantener latiendo el corazón del organismo. Sin embargo, su salud y vitalidad futuras dependerán de los gobiernos nacionales y, sobre todo, de que EU, una fuerza motriz de su creación, y China, uno de sus principales beneficiarios, vean el valor de su existencia.

Aunque afirma que “volvió a comprometerse” con la OMC, la administración Biden ha hecho poco para revertir los ataques al organismo durante los años de Trump. La Casa Blanca tiene poco apetito por nuevas iniciativas comerciales que sabe que serán políticamente onerosas. Una prueba clave será si están preparados para participar en las discusiones acordadas la semana pasada sobre un mecanismo de resolución de disputas que funcione para 2024.

China, cuya adhesión en 2001 se suponía que era una prueba del valor que tiene la OMC, durante el gobierno de Xi Jinping amplió las políticas contra los principios del libre comercio. India parece más decidida a hacer gala de su condición de líder del mundo en desarrollo que a asumir un compromiso real.

Esto abre una oportunidad para que la Unión Europea sea la abanderada del libre comercio. Sin embargo, hay límites para lo que puede conseguir sin el apoyo y el compromiso de otras grandes potencias comerciales. Lo mejor que se puede esperar es que se logre conservar a la OMC tanto como un foro de debate y como árbitro de disputas.


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