La semana pasada intenté lo que algunos denuncian como un “lavado de cara” de las políticas económicas internacionales de la administración Trump. En otras palabras, pregunté si hay lógica y evidencia detrás de lo que argumentan miembros de su administración, en particular Stephen Miran, presidente del consejo de asesores económicos.
El profesor de Berkeley Brad DeLong rebate señalando que esto es irrelevante: “Para cerrar tratos, necesitas que tus contrapartes te consideren como alguien valioso para realizar acuerdos y los cumple. Donald Trump demuestra, cada día, que no lo es”. Estoy de acuerdo, y lo dije.
Sin embargo, uno todavía puede preguntarse si se pueden ver problemas políticos significativos aquí y, de ser así, qué se puede hacer al respecto. Así que, Scott Bessent, secretario del Tesoro, argumentó a principios de este mes que, además de brindar seguridad global, “EU… proporciona activos de reserva, actúa como consumidor de primera y última instancia, y absorbe el exceso de oferta ante la demanda insuficiente en los modelos nacionales de otros países. Este sistema no es sostenible”. De igual manera, Miran argumenta que el dólar ha estado sobrevaluado, lo que “afecta al sector estadunidense de fabricación, a la vez que beneficia a los sectores financiarizados de la economía” en beneficio de los estadunidenses más ricos.
Miran parte del argumento de Robert Triffin de la década de 1960, según el cual la demanda de reservas de divisas extranjeras crea la sobrevaluación y los consiguientes déficits comercial y por cuenta corriente. Sin embargo, esta no es la única manera en que los países pueden acumular reservas. Como argumenta Maurice Obstfeld, ex economista jefe del FMI, en un blog del Peterson Institute for International Economics, los extranjeros pueden sustituir otros activos extranjeros por participaciones en EU. Las reservas no son la única razón por la que los extranjeros compran activos de EU. Como señala Paul Krugman, tal vez solo quieran activos estadunidenses.
Sin embargo, la demanda de reservas es un factor importante en la balanza de pagos global. Su valor total se multiplicó casi por siete entre 1999 y 2014. Esto está motivado en gran medida al deseo de las economías emergentes de protegerse de futuras crisis financieras. Pero, en el caso de China, por mucho el mayor tenedor individual, también se debió al deseo de encontrar una salida para su exceso de ahorro y generar un crecimiento de fabricación impulsado por las exportaciones. Mientras, la eurozona, otro de los objetivos de Trump, aumentó sus reservas en tan solo 72 mil millones de dólares entre finales de 1999 y finales de 2024.
También intervienen fuerzas más fundamentales que el deseo de acumular reservas. Se trata de diferencias en la propensión al ahorro y a la inversión. Algunos países tienen superávits de ahorro sobre inversión y, por tanto, registrarán superávits por cuenta corriente y déficits equivalentes en cuenta de capital, y viceversa.
Esto no es problemático. Pero pueden surgir retos. Uno es que el sistema de intermediación de capital a escala mundial genera crisis. Los únicos países que pueden manejarlas con seguridad son los que cuentan con una moneda nacional que también es una reserva confiable. Esta es una buena razón por la que los responsables de la formulación de políticas de los países emergentes a menudo buscan generar superávits en cuenta corriente.
Otra razón es que, si un país genera ese tipo de superávits, también producirá superávits de bienes y servicios transables sobre el consumo interno, y viceversa. Por tanto, no es casualidad que las economías con altas tasas de ahorro, como China, Alemania y Japón, tengan sectores de fabricación grandes, mientras que EU y Reino Unido se encuentran en la posición opuesta (aunque otro factor a favor de estos últimos es su buena producción de servicios exportables, lo que reduce las exportaciones de fabricación).
En general, los países obsesionados con la fabricación también suelen ser mercantilistas obsesionados con los superávits. Por tanto, los mercantilistas de esta administración, incluido Trump, no se equivocan: si EU tuviera un superávit en cuenta corriente, su sector de fabricación sería, sin duda, más grande. Pero se equivocan al creer que se trata solo de reservas. Tampoco abordan las condiciones necesarias para dicho reequilibrio.
Si EU quiere eliminar su déficit por cuenta corriente sin sacrificar la inversión, necesitará aumentar su tasa de ahorro en al menos 3 por ciento del PIB (alrededor de 850 mil millones de dólares). Esto representa cerca de la mitad del déficit fiscal. Según Kimberly Clausing, del Peterson Institute of International Economics, un arancel generalizado de 50 por ciento que maximice los ingresos puede generar 780 mil millones de dólares al año. Además, una tasa de ese tipo también puede mejorar los términos de comercio de EU al reducir los precios relativos de las importaciones. Sin embargo, será regresivo y tendrá efectos negativos en la actividad económica mundial y nacional, incluso perjudicando a los exportadores estadunidenses competitivos. En cualquier caso, Trump parece desinteresado en una política tan generalizada.
La gran pregunta es ¿cómo esperan los tecnócratas que se produzcan los ajustes macroeconómicos necesarios? Las propuestas que han presentado no están desarrolladas. Los planes de conversión forzosa de la deuda pública externa y su depreciación carecen de sentido, a menos de que el objetivo sea utilizar el impuesto inflacionario. EU lo intentó en la década de 1970: ¡y terminó mal!
¿Para qué sirve esto? Sí, si se eliminara el déficit por cuenta corriente, el sector de fabricación será un poco más grande, pero los que importan para la seguridad o cualquier otro propósito más profundo no serán los que crecerán. Además nada puede evitar una disminución a largo plazo de la proporción de empleo en la industria de fabricación. La manufacturera está siguiendo el mismo camino que la agricultura: el aumento de la productividad prevalecerá.
Incluso en su versión más sofisticada, las trumponomías son irrelevantes e incoherentes. La versión en la realidad es peor.