“Una guerra comercial a menudo se presenta como una guerra entre países. No lo es: es un conflicto principalmente entre banqueros y propietarios de activos financieros en un lado y hogares ordinarios en el otro, entre los muy ricos y todos los demás”.
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Esto encapsula el argumento de Trade Wars Are Class Wars (Las guerras comerciales son guerras de clase). Sus autores, Matthew Klein y Michael Pettis argumentan que lo que ha estado sucediendo en el comercio y las finanzas solamente se puede entender en el contexto de las patologías nacionales de las principales economías. El resultado ha sido fuertes desequilibrios globales, una deuda insostenible y monstruosas crisis financieras. Esta historia es importante para todo el mundo.
La base de este excelente libro es la teoría del “subconsumo” propuesta por el analista británico John Hobson en 1902. Regresó en la década de 1930 en la obra de John Maynard Keynes. Es, una vez más, relevante.
“Durante décadas”, señalan los autores, “los costos reales de endeudamiento han estado por debajo de las proyecciones a largo plazo del crecimiento económico real y se mantienen alrededor de cero”. Esta combinación de tasas de interés reales extraordinariamente bajas con una débil demanda mundial y baja inflación es un síntoma de subconsumo o “un exceso de ahorro”. La explicación que da Klein, comentarista de economía de Barron’s, y Pettis, profesor de finanzas en la Universidad de Pekín, es que los ingresos se transfirieron a las personas ricas que no gastan lo que ganan.
Esa es la perspectiva general. Pero la relación entre las economías nacionales produce este panorama general. El punto crucial es que uno no puede analizar lo que está sucediendo en una sola economía, aisladamente. Además, el saldo global de bienes y servicios se explica por el ahorro, la inversión y el flujo de capital, no por las balanzas comerciales bilaterales, como imagina Donald Trump.
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Además, como sostienen Klein y Pettis, “los desequilibrios financieros ahora determinan los desequilibrios comerciales”. Al ajustarse a los déficits estructurales resultantes, la oferta nacional de bienes y servicios comercializables tiene que meterse en países deficitarios como EU, con los crueles efectos sobre la clase obrera industrial que se ilustraron en otro importante libro reciente, de Anne Case y Angus Deaton.
Trade Wars Are Class Wars expone estas ideas generales en sus primeros tres capítulos, que analizan la historia del comercio mundial, el papel de las finanzas liberalizadas en la creación de flujos de capital insostenibles y, sobre todo, cómo interactúan los ahorros, la inversión y los “desequilibrios” externos. Sin embargo, la parte central del libro es el análisis de la historia de China, Alemania y Estados Unidos durante las últimas tres décadas.
El éxito económico de China fue el resultado de una versión extrema de lo que los autores denominan el modelo de desarrollo de “alto ahorro”, al lado de aprovechar las oportunidades comerciales, del que Japón fue pionero. Por lo tanto, desde principios de la década de 1990 y en especial después de la década de 2000, se produjo una marcada disminución en la participación del consumo de los hogares en el producto interno bruto de China.
“Hasta 2018, los hogares chinos consumían menos de 40 por ciento de su producción, una proporción más baja que cualquier otra de las principales economías del mundo”, escriben los autores. Esto se debe a una serie de mecanismos: altos ahorros de los hogares, bajas tasas de interés, falta de derechos de los migrantes rurales en las ciudades, impuestos regresivos, redes de seguridad social débiles y la incapacidad de las empresas de propiedad estatal de pagar dividendos, todo esto diseñado para transferir los ingresos de los trabajadores y jubilados a empresas y Estado.
El ahorro nacional bruto alcanzó un punto máximo cercano a 50 por ciento del PIB. Hasta la crisis financiera mundial, estos ahorros se destinaron a la inversión interna y al superávit en cuenta corriente. Después de la crisis, la disminución del superávit en la cuenta corriente —la balanza comercial de bienes y servicios en su conjunto— se vio compensada por un gran aumento adicional de la inversión impulsada por el crédito, que alcanzó casi la mitad del PIB.
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Este aumento de la inversión se financió por un enorme auge del crédito. En la actualidad, la proporción del consumo de los hogares es un poco más alta, pero sigue siendo notablemente baja en comparación con los estándares internacionales. China está atrapada entre tres opciones: inversión derrochadora impulsada por el crédito, enormes superávit externos o enormes cambios de los ingresos de las manos de la élite a las de la gente común.
Ahora reflexionemos sobre Alemania. Desde el final del auge posterior a la reunificación de la década de 1990 y la liberalización del mercado laboral de la década de 2000, las utilidades corporativas han sido altas y la inversión corporativa interna débil. Sorprendentemente, “el consumo alemán no aumentó en absoluto entre 2001 y 2005”. El gasto interno cayó muy por detrás de los ingresos impulsados por el comercio. El gobierno alemán, hasta la pandemia de covid-19, también tenía un presupuesto muy ajustado. Como resultado, surgió un superávit de cuenta corriente gigantesco y persistente, en otras palabras, un exceso de ahorro.
Hasta 2008, el exceso de ahorro de Alemania y de otros países europeos más pequeños se vieron compensados por un auge insostenible del crédito y del gasto en países como Grecia, Irlanda y, sobre todo, España. La crisis financiera mundial terminó con eso. Desde entonces, toda la eurozona se movió hacia un superávit de cuenta corriente globalmente desestabilizador, en un intento perjudicial de convertir la segunda economía más grande del mundo en una Alemania más grande en medio de un exceso de ahorro global.
Si algunos países tienen exceso de ahorros, otros deben estar en la posición opuesta. Ocasionalmente, los flujos de capital generan grandes déficits en países emergentes o de altos ingresos más débiles, como España. Pero el país con el déficit más grande y persistente ha sido EU. La oferta y la demanda globales están equilibradas allí, principalmente por la Reserva Federal, en efecto, el banco central del mundo.
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ECONOMÍA INTEGRADA
Está claro que administrar una economía globalmente integrada con un dinero nacional crea problemas insolubles. No deberíamos sorprendernos si estos surgen y vuelven a surgir. De hecho, no debería sorprendernos si terminan destruyendo la economía mundial abierta. Si no reconocemos y no respondemos a estos desafíos, podemos encontrarnos constantemente sumidos en el mundo de los desequilibrios y las guerras comerciales. Este no es un buen lugar para estar. Deberíamos escapar, afirma el articulista.