Hace un par de años, tuve un almuerzo con una amiga mexicana viviendo en Nueva York. Ella me presentó a su madre, quien estaba de visita. Cuando nos estrechamos las manos, inmediatamente me golpeó una sensación de haber visto a esta mujer antes en Tayikistán, un rincón de la antigua Unión Soviética, donde alguna vez trabajé como antropólogo.
Charlamos y decidí que mi mente me estaba engañando. Cecilia Romo pasó gran parte de su vida en México, donde desarrolló una larga carrera durante cuatro décadas trabajando como economista, propietaria de una agencia de modelos y actriz. Ella nunca ha estado en Tayikistán.
Meses después, me reuní de nuevo con Romo y supe que apareció en telenovelas mexicanas, como Los Ricos También Lloran. De repente, todo cayó en su lugar.
En 1991, pasé meses investigando en un pueblo remoto de la montaña en Tayikistán. Cuando la nieve caía, la gente en el valle reducía su aburrimiento viendo la televisión en los pocos televisores disponibles. No había mucho que ver, además de las películas soviéticas de propaganda o de baile tayiko.
Pero en 1991, una estación comenzó a transmitir Los Ricos También Lloran, con un mal doblaje al ruso. Así que supuse que la idea de que ya “conocía” a Romo cuando estuvimos en Nueva York era que ya había visto su cara en una telenovela mexicana que se transmitía al otro lado del mundo en el nevado Hindú Kush.
Esto es, en un nivel, solo un extraño ejemplo del tipo de casualidad que muchos de nosotros encontramos ocasionalmente. Pero también hay un punto más grande. En la actualidad vivimos en una época en que la idea de la “globalización” está bajo ataque. Solo piensen en todas las batallas actuales en torno al proteccionismo, el nacionalismo y las guerras comerciales.
Sin embargo, el debate habitual sobre la globalización suele perder una oportunidad. El mundo está cada vez más conectado por los flujos de bienes comercializados y dinero, y es este aspecto de la globalización el que a menudo domina el debate. Pero los flujos de personas e información también son cruciales, y es esto último lo que puede estar impulsando la globalización con más fuerza ahora.
Para comprender esto, consideren un índice de 2018 que recopiló DHL, la compañía de logística, que le da seguimiento a esos cuatro factores. Los datos muestran que desde el comienzo de este siglo los flujos globales de comercio y capital aumentaron alrededor de 10 por ciento, aunque en una trayectoria volátil. Los flujos de personas aumentaron a un ritmo más constante, casi de 20 por ciento. Sin embargo, los flujos de información aumentaron 80 por ciento.
Sospecho que si esta serie se extendió más atrás en el tiempo por una década o dos, podrían ver un patrón similar, ya que las innovaciones como internet, radio y televisión difunden datos, ideas y telenovelas mexicanas.
Tan solo en el tiempo en que tenemos de vida, el impacto de esto ha sido sorprendente. Cuando llegué por primera vez a Tayikistán a principios de la década de los 90, sentí que podría haber aterrizado en Plutón, ya que parecía ser muy lejano de mi hogar.
Por supuesto, un historiador pondría en duda esto: el hecho mismo de que yo, un estudiante británico, me hubiera dirigido a Tayikistán, solo ocurrió porque la Unión Soviética se estaba abriendo en el momento de la glásnost. Que transmitieran Los Ricos También Lloran fue otra señal de esto. Durante la mayor parte de la historia, ese tipo de conexiones habrían sido inimaginables.
Sin embargo, entonces, la mayoría de los aldeanos tayikos tenía poca idea de la vida más allá de la Cortina de Acero (suponían que yo vivía igual que los personajes de Los Ricos También Lloran). Pocos habían viajado, excepto los hombres del servicio militar soviético. Incluso las élites rara vez salían de la república; simplemente hablar por teléfono fuera de la región era difícil.
En la actualidad las cosas son diferentes. Los tayikos pueden ver tantas películas en el ciberespacio que una telenovela doblada al ruso ya no tendría mucho atractivo.
Mientras tanto, en los años que transcurrieron desde que salí de Tayikistán, he desarrollado una carrera que depende tanto del movimiento de personas y de la información que, por lo general, lo doy totalmente por sentado. Excepto, es decir, cuando de repente veo una cara mexicana en Nueva York que una vez miré en un pueblo de montaña en Tayikistán, y me doy cuenta de lo conectado que se ha vuelto el mundo, de maneras tan sorprendentes.
CAMBIOS
ALGUNOS VIAJAN
La nieta de la familia con la que me quedé allí recientemente vivió en mi casa de Nueva York porque había ganado un valioso periodo de prácticas en Manhattan. Constantemente chateaba en las redes sociales con su hermano, quien ahora es un emprendedor de internet en Hong Kong.
CORREO ELECTRÓNICO
La semana pasada envié un correo electrónico (¿qué más?) a Cecilia Romo en Ciudad de México, donde ahora trabaja en una nueva telenovela, para preguntarle si alguna vez supo sobre su impacto cultural en Tayikistán. Ella dijo que no.
VISIÓN DE ACTRIZ
“Es muy bueno que el mundo esté conectado gracias a la cultura o las redes sociales en la actualidad”, agregó en su respuesta. “Podemos alcanzar y comprender más culturas y lugares en todo el mundo, y eso es maravilloso”.
PLEGARIA
A lo anterior yo (Gillian Tett) diría: “Amén”, con una plegaria de que todos recordemos apreciar la globalización y que luchemos para evitar que se revierta.
GLOBALIZACIÓN
El índice 2018 de DHL muestra que desde el inicio de este siglo los flujos globales de comercio y capital aumentaron alrededor de 10%, aunque con trayectoria volátil. Los flujos de personas crecieron a ritmo más constante, casi 20%. Pero los flujos de información aumentaron 80%.
MRA