El recién investido presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, actuó para barrer con el legado de su predecesor Jair Bolsonaro endureciendo los controles de armas y frenando la extracción de oro en la selva amazónica.
Después de su toma de posesión el domingo, el presidente de izquierda revocó un decreto que facilitaba la compra de armas y otro que permitía la extracción “artesanal” de oro en tierras indígenas.
También ordenó a sus ministros poner fin a los estudios sobre la viabilidad de privatizar al grupo de energía Petrobras y el servicio nacional de correos Correios, y revocó un decreto de última hora de la administración de Bolsonaro que daba una exención fiscal a las grandes compañías. Reiteró sus promesas de abandonar el límite del gasto público establecido por la Constitución, algo que calificó de “tontería”.
Los movimientos, en línea con la promesa de Lula de adoptar un enfoque más práctico en la administración de la economía más grande de América Latina, pueden generar preocupación entre la comunidad empresarial de Brasil después del giro hacia el libre mercado del gobierno de Bolsonaro.
Después de superar a Bolsonaro por menos de 2 puntos porcentuales en octubre, el ex obrero metalúrgico de 77 años de edad rindió protesta el domingo para un histórico tercer mandato en una estridente ceremonia en Brasilia, que contó con un desfile de políticos y celebraciones al estilo de carnaval.
Lula ocupó la presidencia durante dos mandatos, entre 2003 y 2010, en un periodo en el que Brasil disfrutó de un fuerte crecimiento gracias al auge mundial de las materias primas.
A pesar de prometer unir a la nación, Lula no dio tregua a Bolsonaro en sus primeros actos, criticando al populista de derecha por el manejo que hizo de la pandemia de coronavirus y por las políticas económicas y sociales que, según el nuevo presidente, causaron una “destrucción nacional”.
“Las responsabilidades por este genocidio (por el covid) deben ser investigadas y no deben quedar impunes”, dijo Lula al Congreso en su discurso de investidura, en una clara referencia a su predecesor, que el viernes voló a Florida para evitar asistir a la toma de posesión.
El nuevo presidente dijo que su primer objetivo será acabar con el hambre de 33 millones de ciudadanos y la pobreza que azota a 100 millones de brasileños, ya que señaló que “ninguna nación se ha levantado ni puede levantarse sobre la miseria de su pueblo”.
El veterano político de izquierda reiteró su promesa de poner fin a la destrucción de la selva amazónica y restableció el multimillonario Fondo Amazonia, que se utiliza para hacer frente a la deforestación, pero que quedó congelado durante el gobierno de Bolsonaro.
En el ámbito internacional, Lula da Silva prometió profundizar las relaciones con los vecinos de Brasil y perseguir la integración regional.
El nuevo presidente se reunió con 17 jefes de Estado que asistieron a su toma de posesión, entre los que figuraban los líderes de Bolivia, Argentina y Ecuador, así como el rey de España, algo que tenía un lugar destacado en su agenda. También tuvo reuniones con representantes de Venezuela y Cuba.
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