“Brasil está de regreso”. Las palabras de Luiz Inácio Lula da Silva son una ambiciosa declaración de intenciones de uno de los líderes más conocidos del mundo después de una notable resurrección política.
Tras su salida de la cárcel después de que la Corte Suprema anulara las condenas por corrupción, la ajustada victoria electoral de Lula el año pasado sobre el presidente en funciones ultraderechista Jair Bolsonaro demostró la vitalidad de la mayor democracia del hemisferio sur y la fortaleza de sus instituciones.
Los temores a revueltas masivas de los bolsonaristas hasta el momento resultaron ser infundados. El ex capitán del ejército, que juró que solo Dios podía apartarle de la presidencia, se escabulló de forma discreta antes de la toma de posesión de Lula el 1 de enero y fue visto por última vez consumiendo comida rápida en Florida.
A sus 77 años, Lula hereda un país dividido y muy endeudado que se enfrenta a vientos en contra en la economía mundial. Es poco probable que se beneficie de un auge de las materias primas como el que levantó la economía en sus dos primeros mandatos, de 2003 a 2010.
Muchas de las primeras medidas de Lula han sido alentadoras. Su determinación de restaurar la reputación de Brasil como líder ambiental mundial, deteniendo la deforestación en la Amazonia y protegiendo a sus pueblos indígenas, será muy bien acogida. También lo será su compromiso con la justicia social y racial en un país muy desigual. Pocos pueden discutir la promesa de erradicar el hambre en uno de los mayores productores de alimentos del mundo o de restaurar el liderazgo profesional en ministerios clave tras el caos de los ideólogos de la era Bolsonaro.
En el exterior, el estatus de Brasil como potencia mundial en desarrollo con influencia en Occidente, Rusia y China le brinda oportunidades diplomáticas. Esto puede ser valioso en las negociaciones con Venezuela y Cuba, donde la política de sanciones de “máxima presión” de Estados Unidos fallaron.
Pero el regreso de Lula no ha sido bien recibido por todos. Los mercados financieros se desplomaron, pues los inversionistas temen que el veterano político de izquierda resulte más intervencionista y menos responsable fiscalmente de lo esperado. Su rechazo del tope constitucional del gasto al calificarlo como una “tontería” puede resultar precipitado. Sus promesas de utilizar Petrobras, la compañía petrolera controlada por el Estado, y el banco nacional de desarrollo como motores para impulsar la economía recuerdan fracasos pasados.
El estrecho margen en el resultado de las elecciones demostró que muchos brasileños siguen desconfiando del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula. Su último periodo en el poder terminó con el escándalo de Lava Jato (Lavado de autos) —el caso de corrupción más grande de la historia de América Latina— la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y la recesión más profunda de Brasil en al menos 60 años. El PT tiene que demostrar que aprendió de estos errores.
En un entorno económico y político mucho menos indulgente, Lula debe gobernar con pragmatismo y aprovechar todos los talentos de la amplia coalición que le ayudó a ganar.
Su mayor desafío es hacer que Brasil regrese a un crecimiento fuerte y sostenible tras una década de estancamiento. Esto requiere medidas audaces para simplificar el sistema fiscal, abrir la economía al comercio, mejorar la educación y aumentar la inversión en infraestructuras.
Cómo financiar las ambiciosas promesas de campaña es una cuestión apremiante. Brasil no es un país de bajos impuestos: la carga fiscal está cerca del promedio de la OCDE y hay poco margen para endeudarse más, pero hay despilfarro: Brasil gasta más de su riqueza nacional en educación que Francia, pero los resultados son malos. La respuesta es un gobierno mejor, no más grande.
Si quiere conciliar los imperativos de la justicia social, la protección del medio ambiente y el crecimiento sustentable, la mejor apuesta de Lula es aprovechar el poder de la inversión internacional y el comercio exterior para liberar el considerable potencial económico de Brasil. Esto abrirá el camino a un tercer mandato realmente histórico.