En las cuatro décadas que han pasado desde que fundó SoftBank, Masayoshi Son perfeccionó las llamativas diapositivas de presentación. Mascotas telepáticas; amantes condenados; una gráfica de pastel; unicornio volando sobre un cañón. Sin aclarar ni remotamente la estrategia, estas gemas confirman a su creador como un director ejecutivo con ideas demasiado galácticas para el PowerPoint.
Sin embargo, de acuerdo con analistas e inversionistas de SoftBank desde hace mucho tiempo, la capacidad de Son para explicar una de las empresas más seductoras del mundo los decepcionó una vez más. Incluso en el asunto vital de China, donde simultáneamente declaró una pausa en las nuevas inversiones mientras enfatizó el papel crítico futuro del país para su negocio, se destacó la falta de detalles.
Cuando habla con inversores de manera individual o en pequeños grupos, dicen los que tienen esa experiencia de primera mano, el relato de Son sobre SoftBank es sumamente lúcido y persuasivo. En otros contextos, desconcertantemente no lo es tanto. La semana antepasada, cuando la compañía dio a conocer sus resultados del primer trimestre, se enfocó en su cumpleaños 40 el mes próximo e intentó inyectar vitaminas en un precio de las acciones que se encontraba 38 por ciento por debajo del nivel de marzo, la disparidad parecía más amplia que nunca.
Hubo varias señales de que no todo está bien. La primera se produjo durante el intento de Son de definir SoftBank, un segmento que parecía más una tarea impuesta por un departamento de relaciones con inversores angustiado que algo que disfrutaba activamente el fundador. El obstáculo es considerable: desde que el grupo separó su negocio de telecomunicaciones y anunció planes para vender el diseñador de chips Arm, los accionistas se quedaron pensando en SoftBank como un conglomerado de inversión en tecnología: tres palabras que, según el momento, tienen el potencial de entregar tres sabores de descuento del mercado.
Los inversores se quejan desde algún tiempo de que les gustaría una definición más sustancial, y en el evento de la semana antepasada, Son ofreció “un capitalista de visión”. Puede parecer inspirador en una camiseta, y pocos cuestionarían SoftBank es el capitalista con mayor visión en el mundo. Pero por ahora, no deja al mercado con más conocimientos.
Para muchos, la definición requiere un plano claro y constantemente actualizado de cuál es exactamente la visión —y hasta qué punto es compartida y entendida por cualquier persona en SoftBank que no sea el mismo Son— para que la parte “capitalista” lleve a una prima en las acciones.
En una revelación relacionada, Son le dijo a un grupo limitado de accionistas que sus intentos de convencer a los nerviosos miembros del Consejo de Administración de SoftBank para que invirtieran más de su propio dinero en Vision Fund habían fracasado. Estaba claro que su timidez le resultaba frustrante. No está claro que comprenda la inferencia que algunos inversores, por muy leales que sean, podrían sacar de esa historia.
Un segundo problema surgió cuando Son cambió el enfoque de su presentación a un desglose del valor neto de los activos de la empresa, una cifra que, al 30 de junio, era de 239 mil millones de dólares (mdd). El plan era disipar las preocupaciones haciendo hincapié en que las empresas cotizadas representaban 87 por ciento del valor neto de los activos.
Él Dice..."Hace un cuarto de siglo, Masayoshi Son apostó fuertemente por internet porque creía que era de transformación, ahora hace lo mismo con la inteligencia artificial”
Debido a que estas participaciones cotizan y a que, como dijo Son, sus valores son constantemente “se revisan y se les fija un precio en todo el mundo”, los inversores de SoftBank deberían sentirse más cómodos con la valoración de la cartera. Por extensión, corrió el subtexto apenas disfrazado, deberían compartir la indignada incredulidad de Son de que la capitalización de mercado de SoftBank es de alrededor de 100 mil mdd.
Un descuento tan grande parecería justificar un generoso programa de recompra de acciones. El hecho de que Son no confirmara ese tipo de plan decepcionó a los inversores y a los analistas que tienen dificultades para ver de dónde más podría provenir el catalizador para una recuperación del precio de las acciones.
Más irritante aún era la paradoja del análisis de Son. Los inversores, parecía estar diciendo, deberían tener mucha más fe en la valoración de los mercados de la cartera de activos que cotizan de SoftBank, pero mucha menos fe en su valoración de la misma empresa. Si había imaginado usar una diapositiva que capturara esta paradoja —tal vez una de esas ilusiones ópticas en las que se puede ver tanto un pato como un conejo— no estuvo en la presentación.
Mientras tanto, puede surgir una verdad inesperada sobre SoftBank y el propio Son, a saber, que el “capitalista de visión” es mucho más prudente y ordinario de lo que sugieren la frase y las presentaciones. Hace un cuarto de siglo, Son apostó fuertemente por internet porque creía que era de transformación. Ahora hace lo mismo con la inteligencia artificial.
La dificultad que tiene Son de explicar la compañía a los mercados puede, en esencia, provenir de sus extraordinarios poderes como vendedor. Está ansioso por cargar el cohete con el polvo de estrellas de visiones que se extienden siglos hacia el futuro. Pero su entusiasmo corre el riesgo de cegarlo ante la posibilidad de que la teatralidad futurista es carga, no el combustible para cohetes.
srgs