Miami y su belleza cultural

FT MERCADOS

El arte al aire libre de la ciudad que se encuentra en el sureste de Florida, muestra visiones exuberantes e idiosincrásicas de la ciudad, y un poderoso monumento fuera de lo establecido.

Escultura de arte de faro del parque South Pointe.
Jan Dalley
Ciudad de México /

Miami está llena de sorpresas. Sin duda, hace honor a su imagen de sedosas playas y piscinas rodeadas de palmeras en patios modernistas-españoles, flamencos y sombrillas de coctel, pero hay una historia en capas debajo de su piel brillante. Una historia de rápida expansión y desastres naturales devastadores y económicos. De enormes flujos de población de todo el Caribe. De dramáticos acontecimientos históricos: un asesinato presidencial frustrado (Roosevelt, en 1933); disturbios violentos después de un asesinato policial similar al de George Floyd (de Arthur McDuffie, en 1979); el vasto tráfico de cocaína de la década de 1980, que desató una brutal ola delictiva en la ciudad.

Más recientemente, Miami se ha convertido en una ciudad de arte. En el ámbito comercial, cada diciembre se celebran la resplandeciente Art Basel Miami Beach y sus ferias satélite. Pero más allá del bullicio de la temporada de ferias, hay una gran cantidad de arte público permanente y vale la pena descubrir algunos de los más inusuales, así como disfrutar de los más conocidos.

Para empezar: los famosos edificios Art Decó de Miami Beach. Piensen en estas estructuras ornamentadas, que parecen pasteles de boda, como una sola gran obra de arte público, que se extiende desde la calle 6, en el extremo sur de Ocean Drive, hasta la calle 13 y más allá. Aunque la mayoría de los mejores edificios Art Decó ya fueron remodelados por completo, todavía quedan algunos restos deliciosamente descuidados. Se ofrecen visitas guiadas, pero también es emocionante simplemente pasear y descubrir ejemplos como el hotel Essex House, con su fantástica elevación en forma de punta y su vestíbulo gloriosamente elaborado.

Al observar estas llamativas construcciones, con sus molduras y adornos, sus torretas, sus florituras y sus neón chillón, es sorprendente darse cuenta de que apenas 40 años antes, cuando Miami se incorporó como ciudad en 1896, tenía menos de 400 habitantesSin embargo, a mediados de la década de 1940 su población había aumentado a más de trescientos veinticinco mil. Frágilmente situada en su costa tempestuosa, desafiando inundaciones y huracanes, el lugar había crecido a una velocidad asombrosa, y sería fácil asumir que el estilo Art Decó era un producto de la opulencia. En realidad, no. Un ejemplo es la adusta, pero grandiosa Oficina de Correos de Miami Beach, en avenida Washington y la Calle 13. Fue construida en 1937 no tanto como un alarde de lujo, sino como un plan de creación de empleo por parte de la Works Progress Administration durante la Gran Depresión: una opulenta exhibición creada en desafío a una crisis económica catastrófica.

Dentro de la Oficina de Correos, el espectacular vestíbulo circular del arquitecto Howard Lovewell Cheney (tragaluz abovedado, fuente central y más) alberga un fascinante tríptico de murales del New Deal de Charles Russell Hardman, que representan escenas de la historia de la región: el conquistador español Juan Ponce de León reuniéndose con tribus indígenas en el territorio que había denominado “La Florida” en 1513; un colonialista posterior, Hernando de Soto, en batalla con los nativos americanos en 1539; el general Thomas Jesup negociando con pueblos indígenas en 1837. Aunque hoy en día apenas pueda parecer aceptable, la obra está llena de interés.

Otra conmemoración que puede parecer contradictoria con la imagen de sol y diversión de Miami es su notable Memorial del Holocausto. En la década de 1980, el sur de Florida fue el hogar de nada menos que veinticinco mil sobrevivientes del Holocausto. Se propuso un monumento y, después de todo, Miami no actúa con demasiada discreción. La gigantesca pieza central de la creación paisajística de varias partes del arquitecto y escultor Kenneth Treister es una mano levantada de aproximadamente 12.2 metros que se extiende hacia los cielos, mientras cientos de figuras humanas enroscadas y demacradas se aferran a su antebrazo. Es una de las esculturas públicas más perturbadoras y conmovedoras, pero al mismo tiempo un lugar tranquilo y contemplativo para caminar y descansar.

ella dice...

“Muchas de las obras de arte públicas de Miami…

Se inclinan más hacia el lado exuberante y de senfadado de la ciudad”

Muchas de las obras de arte públicas de Miami —aparentemente hay más de 700— se inclinan más hacia el lado exuberante y desenfadado de la ciudad. Las más conocidas son las del proyecto del Bass Museum of Art, que exhibe obras emblemáticas de sus colecciones permanentes y temporales. Si tienen la intención de buscar piezas menos publicitadas, una de las más agradables se encuentra en el centro de la ciudad, afuera del Stephen P. Clark Government Center: Dropped Bowl with Scattered Slices and Peels del equipo que forman los esposos Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen. Imaginen un plato monumental de fruta a medio comer, con los trozos esparcidos descuidadamente como si los hubiera dejado un niño travieso: es una obra vívida e irreverente en concreto pintado y resina que celebra el estado de ánimo despreocupado de esta ciudad tan diversa.

Una instalación local con un toque lúdico también celebra la relación de Miami con el mar: Obstinate Lighthouse en South Pointe Park, a la entrada del Puerto de Miami. Creada por el artista alemán Tobias Rehberger e instalada en 2011, aparentemente desordenada y amontonada en 19 secciones de colores brillantes, como ladrillos de construcción para niños, está coronada por luces giratorias. En contraste con la función tradicional del faro como advertencia, su objetivo, según el artista, es dar la bienvenida a los visitantes y “hace referencia al espíritu animado de Miami Beach”.

Todas estas obras son de alguna manera específicas de sus sitios, y resuenan con algún aspecto del espíritu del lugar. Sin embargo, Miami también es anfitriona de los que llegan de forma inesperada. En el museo Wolfsonian, una serie de vidrieras del fabricante irlandés Henry (Harry) Clarke, la Ventana de Ginebra llegó con un rico pasado. Encargada en 1926, fue concebida como un regalo del nuevo Estado Libre Irlandés a la Liga de las Naciones en Ginebra. Intensamente colorida, su narrativa celebra a 15 de los escritores de Irlanda, desde James Joyce y WB Yeats hasta un poema de Patrick Pearse escrito la noche antes de que fuera ejecutado por los británicos por su participación en el Levantamiento de Pascua de 1916. Se considera una obra maestra del arte decorativo del Renacimiento celta, una fascinante obra simbólica y narrativa llena de ingenio, humanidad y detalles alusivos.

Sin embargo, el nuevo estado irlandés no se había sacudido la mentalidad del pasado. La inclusión que hace Clarke de autores prohibidos, como Liam O’Flaherty fue objeto de críticas por parte de los censores de la época. Sexo, desnudez, alcohol, incluso protestantes: un paso demasiado lejos. La vibrante Ventana nunca llegó a Ginebra, y finalmente, en la década de 1980, Mitchell Wolfson Jr. se la compró a la familia de Clark, y le dio un hogar permanente en el museo de Miami que fundó. De cierta manera parece apropiado que las tradiciones arraigadas representadas (y rechazadas) por la Ventana de Ginebra terminenen las ciudades estadunidenses.

CHC

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