El mundo se enfrenta a una paradoja creciente en la campaña para contener el cambio climático. Mientras más presiona para una transición a una economía más verde, más cara se vuelve la campaña, y se tiene menos probabilidad de lograr el objetivo de limitar los peores efectos del calentamiento global.
El nuevo gasto dirigido por el gobierno aumenta la demanda de los materiales necesarios para construir una economía más verde. Al mismo tiempo, el endurecimiento de las regulaciones limita la oferta al desalentar la inversión en minas, fundiciones, o cualquier fuente que arroje carbono. La consecuencia no deseada es la “greenflation”: el aumento de precios de metales y minerales como el cobre, el aluminio y el litio que son esenciales para la energía solar y eólica, los coches eléctricos y otras tecnologías renovables.
En el pasado, la transición a una nueva fuente de energía proporcionaba un impulso a la anterior. La llegada de la energía de vapor inspiró a los fabricantes de barcos a innovar más en 50 años de lo que lo habían hecho en los 300 años anteriores. La electricidad tuvo un impacto similar sobre la iluminación por gas. Ahora, la construcción de economías verdes va a consumir más petróleo en el periodo de transición, pero los productores no responden de la misma manera porque la resistencia política y regulatoria oscureció el futuro de los combustibles fósiles.
Incluso cuando los precios del petróleo suben, la inversión por parte de las grandes compañías de hidrocarburos y países continúa descendiendo. En su lugar, los líderes petroleros se reinventan como potencias de energía limpia. Un agente escribió recientemente que de los 400 clientes institucionales que tiene su firma, solo uno todavía está dispuesto a invertir en gas y petróleo. Incluso el aumento de los precios del petróleo de esquisto, un rincón del mercado dominado por los participantes privados, provoca un incremento inusualmente débil en la oferta.
Dos de los metales más importantes para la electrificación verde son el cobre y el aluminio. Pero la inversión en estos metales también se contrajo por las cuestiones ambientales, sociales y de gobierno (ASG). El mundo necesita más cobre para detener el calentamiento global, pero los ambientalistas recientemente ayudaron a bloquear una nueva mina en Alaska debido a otras preocupaciones: el impacto sobre las comunidades locales y el salmón en la región.
Él dice...“Bloquear nuevas minas y plataformas petroleras no siempre será el movimiento responsable desde el punto de vista ambiental y social”
Las cuestiones ASG solían ser un lujo de las naciones ricas. Ya no. Estas presiones restringen los suministros incluso de América Latina, alguna vez el salvaje oeste de la minería mundial. Casi 40 por ciento del suministro de cobre proviene de Chile y Perú, y en ambos países los proyectos de minería que solían tardar cinco años ahora pueden tomar 10 años o más. Un gran proyecto de cobre en Perú, programado para inaugurarse en 2011, sigue sin terminar debido a la resistencia de la comunidad local. Tan solo este año, Chile adoptó dos reglas ambientales radicales y considera una nueva regalía que podría hacer que algunas de las minas más grandes ya no sean rentables.
El papel de China como un gran proveedor de materias primas también dio un vuelco. Hace una década, el país todavía tenía exceso de producción de materias primas como el mineral de hierro y el acero y arrojaba el excedente en los mercados extranjeros. Ahora, Beijing redujo su producción como parte de su campaña para alcanzar la neutralidad del carbono.
Esto sin duda parecía la cosa ecológica que se tenía que hacer. El aluminio es uno de los metales más sucios para producir. Sin embargo, también es uno de los metales más esenciales para los proyectos de energía solar y de otros tipos de energía verde, y se prepara para tener un fuerte aumento en la demanda en las próximas décadas, según el Banco Mundial.
En la década de los 2000, los analistas se mostraron optimistas con respecto a los precios de las materias primas, debido a la demanda de China. Ahora, si son optimistas se debe a la creciente demanda de los proyectos ecológicos.
Las tecnologías renovables requieren más cableado que la variedad de combustibles fósiles. Las plantas de energía solar o eólica utilizan hasta seis veces más cobre que la generación de energía convencional. En los últimos 18 meses, a medida que los gobiernos anunciaron nuevos planes y compromisos de gasto verde, los analistas incrementaron constantemente sus estimaciones de crecimiento para la demanda del cobre. Por lo tanto, la regulación verde estimula la demanda mientras endurece la oferta, lo que alimenta la greenflation. Desde el punto más bajo de principios del año pasado, el precio del cobre ya subió más de 100 por ciento, mientras que el del aluminio subió 75 por ciento. Inusualmente, su ascenso casi no se ha debilitado con las señales recientes de que disminuye el impulso del crecimiento mundial.
Resolver este enigma —cómo abastecer suficiente material antiguo y sucio para construir una nueva economía verde— va a requerir de equilibrio. Bloquear nuevas minas y plataformas petroleras no siempre será el movimiento responsable desde el punto de vista ambiental y social. Los gobiernos, y los ecologistas en particular, tienen que reconocer que tratar de cerrar la vieja economía demasiado rápido amenaza con hacer que el precio de construir una economía nueva y más limpia esté fuera del alcance.
srgs