Si el G20 no existiera, tendríamos que inventarlo. Algunos rebatirán que el mundo está tan dividido que esta agrupación es inviable; sin embargo, tan solo este hecho hace que este grupo sea aún más esencial: uno no tiene que hablar con gente con la que ya está de acuerdo. Una justificación aún más sólida de su existencia es que ya no podemos vivir aislados: la salud de nuestro planeta y de nuestra economía depende de nuestra cooperación. Dado que los retos mundiales son más apremiantes que nunca, lo mismo ocurre con la necesidad de trabajar juntos en un grupo de este tipo.
La pregunta no es si necesitamos el G20, sino cuál es la mejor manera de utilizarlo. ¿Qué tan bien lo dirigió el gobierno indio? ¿Qué lecciones debemos extraer de esta experiencia para su futuro?
Comprensiblemente, el gobierno indio utilizó el G20 como una celebración de India y de su creciente papel en el mundo. También consiguió que se aceptara la adhesión como miembro de pleno derecho a la Unión Africana. Sin duda, esto último es un paso hacia una mayor legitimidad del G20.
Sin embargo, una cuestión más importante es si el mundo está más cerca de la resolución de algunos de sus mayores retos. A continuación presentamos tres preocupaciones obvias.
La primera es la división. La ausencia de Vladímir Putin y Xi Jinping en la cumbre de Nueva Delhi subraya que vivimos en una época de conflicto. La existencia de una superpotencia nuclear renegada es una enorme amenaza para nuestro futuro. Igual de preocupante es la aparente decisión del líder chino de no relacionarse con sus pares globales, excepto en las instituciones dominadas por China, como los Brics. Su ausencia también es un mal augurio para el manejo de nuestro futuro compartido.
La segunda es la sobrecarga. Como señalé en mayo, el comunicado de la extremadamente exitosa reunión del G20 en Londres en abril de 2009 tenía poco más de 3 mil palabras. También se enfocó en estabilizar el sistema financiero y rescatar la economía mundial. La crisis concentró la mente. Es inevitable que el enfoque actual de los líderes mundiales sea más difuso. ¿Pero eran necesarias las cerca de 13 mil palabras de la declaración de la cumbre de Delhi? Cubre casi todo lo que uno puede incluir. ¿Cómo se pueden monitorear y evaluar los avances en una agenda tan extensa? La respuesta, como sabemos por esfuerzos anteriores del G20, es que eso no puede pasar: gran parte de eso desaparecerá.
La tercera es la hipocresía. Todos sabemos que los líderes no dicen lo que prometen. Por ejemplo, la declaración establece que “reafirmamos nuestro compromiso de cero tolerancia a la corrupción”; sin embargo, la realidad es que el G20 contiene algunos de los países más corruptos del mundo. La declaración también afirma que “nosotros seguimos comprometidos con mejorar la participación plena, igualitaria, efectiva y significativa de las mujeres como tomadoras de decisiones para abordar los desafíos globales”, pero hay que recordar que Arabia Saudita es miembro.
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Se puede responder que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, pero eso no es un gran consuelo cuando se trata incluso de los problemas globales más importantes de la actualidad: el aumento de las temperaturas y la combinación de cómo empeoró la pobreza junto con deudas inmanejables en muchos países en desarrollo. En el comunicado se declara, por ejemplo, que “reconocemos la necesidad de aumentar las inversiones globales para cumplir nuestros objetivos en materia del clima del Acuerdo de París y aumentar rápidamente la inversión y el financiamiento climático de miles de millones a billones de dólares a escala mundial de todas las fuentes”; sin embargo, ¿esto significa que van a hacer algo relevante al respecto? Después de todo, la siguiente frase promete aumentar “el financiamiento, el desarrollo de capacidades y la transferencia de tecnología en condiciones voluntarias y mutuamente acordadas” (el énfasis es mío). Eso ya sugiere que no va a pasar gran cosa.
La contribución más importante de la presidencia india aún pueden ser los informes encargados sobre el fortalecimiento de las finanzas para el desarrollo y el medio ambiente, preparados por un grupo de expertos dirigido por Lawrence Summers de la Universidad de Harvard y NK Singh, un distinguido funcionario público indio. El primero se publicó a finales de junio. Se supone que el segundo saldrá más adelante.
La realidad detrás de estos informes es que el mundo necesita aumentar la inversión si quiere alcanzar sus objetivos ambientales y de desarrollo. Una gran parte tiene que realizarse en los países en desarrollo, pero la mayoría de ellos carece de los recursos internos, los conocimientos técnicos o ambos para lograr lo que se necesita. Además, tampoco pueden acceder al capital extranjero en la escala y en los términos necesarios. Por el contrario, a medida que las tasas de interés aumentan en los mercados de capital globales, su acceso empeora y muchos se encuentran en una profunda crisis de deuda.
Conocemos las soluciones. Es necesario que haya mucho más financiamiento oficial. Gran parte de esto debe estimular los flujos privados, a través del riesgo compartido. Esto requerirá una combinación de alivio sustancial de la deuda, orquestado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), flujos en condiciones preferenciales a un nivel mayor para los países más pobres, más capital social en los bancos multilaterales de desarrollo, en particular el Banco Mundial, y también mayores coeficientes de apalancamiento en esos organismo. Esto, a su vez, requerirá reformas en la gobernanza, incluidas las proporciones de votación.
Esta agenda es radical, esencial y urgente. Si se quiere conseguir en un futuro próximo, debe convertirse en un eje dominante de la política económica mundial. La buena noticia es que las decisiones de los países occidentales y de los emergentes pueden hacerlo realidad, pero deben enfocarse en lo que es urgente. Deben concentrar su atención en transformar la escala y la naturaleza del financiamiento para el desarrollo y el medio ambiente. Las palabras bonitas sin la determinación de actuar no significan nada.