Subir las largas escaleras eléctricas del Centro Pompidou de París para visitar una exposición sobre Norman Foster se siente un poco extraño. Se trata del mayor edificio de Richard Rogers, tal vez la cumbre del estilo conocido como High Tech que caracterizó la arquitectura británica de finales del siglo XX. Sus máximos representantes fueron Rogers (que falleció en 2021) y Foster, que empezaron a trabajar juntos en un estudio en la década de 1960, después de que se conocieron en Yale.
Esta exposición, la primera gran retrospectiva de Foster y la mayor muestra de arquitectura que se celebra en el Pompidou, parece el final de una época. Pero no para Norman Foster. “Siempre he tenido la idea de que el futuro será mejor que el pasado”, dice mientras recorre la galería. ¿Todavía? “¡Por supuesto!”, responde con un ligero acento de Manchester.
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Siempre ha quedado claro que Foster es un ferviente partidario de la tecnología. Las obsesiones de su infancia están aquí, en las paredes: un cómic de Eagle, una parte seccionada de un avión, recuerdos de los trenes de vapor que pasaban por detrás de su casa. Está en los autos: El Dymaxion de 1933 de Buckminster Fuller, con forma de lágrima, y el hermoso Voisin C7 Lumineuse de 1926 de Le Corbusier. (“No el tipo de coche que perteneció a Corb”, subraya Foster, “sino el auto en sí. Lo localizamos en una especie de novela de detectives en una granja de Inglaterra y lo compré”)
Y la tecnología también está ahí, justo al final de la exposición, en una sala dedicada a la construcción en la Luna y en Marte, proyectos en los que trabajan actualmente el estudio y la fundación del arquitecto.
En medio se encuentran algunos de los edificios más sublimes de la era moderna junto con, se tiene que decir, un buen número de estructuras que ponen en entredicho el subtítulo más bien banal de la exposición, Sustainable Futures (Futuros Sustentables), entre las que se incluyen enormes aeropuertos desde Jordania hasta Beijing. En el centro de la exposición se encuentra la paradoja de quien es sin duda el arquitecto de más éxito del mundo y mantiene esa fe infantil en la tecnología para resolver problemas que ella misma está provocando.
La exposición se abre con una larga vitrina a doble cara de los cuadernos de los bocetos de Foster, empezando por sus apuntes del colegio. Una increíble variedad de diseños e ideas ponen de relieve la facilidad del arquitecto para la claridad, cada boceto encarna una solución a un problema que, una vez visto, parece la única respuesta racional. Por ejemplo, las estructuras del Sainsbury Centre de Norwich y la sede de HSBC de Hong Kong (entonces el edificio más caro de la historia) o el diseño de una mesa multifuncional.
En la pared está su primer proyecto estudiantil, un club náutico, con el sello “University of Manchester”. Un poco más adelante está la maqueta del Club Náutico de Mónaco. Sabía a dónde iba.
A diferencia de Richard Rogers, que tuvo una educación privilegiada y un famoso arquitecto en Italia era primo de su padre, Foster tuvo un comienzo menos seguro. “Nunca se me ocurrió que existiera la posibilidad de ser arquitecto”, dice. “No conocía a ninguno. Pero leía. De la biblioteca local tomé prestado el libro Toward an Architecture (Hacia una arquitectura), de Le Corbusier, y libros sobre el arquitecto Frank Lloyd Wright”.
Después de dejar la escuela a los 16 años, Norman Foster trabajaba en la oficina del tesorero del Ayuntamiento de Manchester, el enorme edificio gótico diseñado por Alfred Waterhouse al que atribuye el mérito de haber reforzado su amor por la arquitectura. “Como había dejado la escuela, no tenía la preparatoria y no podía entrar a la universidad, pero me permitieron presentar una carpeta de dibujos y la Universidad de Manchester creó un precedente para mí, un certificado especial”, dice.
Foster es conocido por ser el arquitecto más motivado, casi de forma inhumana. Su publirrelacionista dice que esta es la primera vez que recuerda que haya estado tanto tiempo en una misma ciudad: tres semanas.
Famoso en su momento por viajar por aire a las reuniones, a menudo dejando literalmente boquiabiertos a los arquitectos de la competencia cuando llegaba pilotando su propio helicóptero, tengo que recordarme a mímismo que esta figura esbelta y animada quetengo frente a mí tiene casi 88 años.
Ahora reside en Suiza y no en Londres, donde su oficina tiene vista al Támesis en Battersea (una caja de cristal que es uno de sus edificios más exquisitos) y donde ha tenido más influencia que ningún otro arquitecto desde sir Christopher Wren: un nuevo plan maestro para Trafalgar Square, un nuevo tejado para el Museo Británico, un estadio de Wembley completamente nuevo, el Millennium Bridge (Puente del Milenio), la maravillosa estación de Canary Wharf, el Gherkin (que fue el arranque del nuevo grupo de torres de la City de Londres), la enorme sede de Bloomberg. “A medida que me hago más viejo”, dice, “más me doy cuenta de que no se trata del edificio, sino de la ciudad”. Sin embargo, esa gran historia de la ciudad parece un poco ausente entre las maquetas.
Como siempre, Foster mira hacia el futuro. Una enorme maqueta de la nueva sede de JPMorgan Chase se eleva sobre la exposición, un enorme rascacielos que redefine el paisaje urbano del Midtown (centro) de Manhattan. Con su perfil escalonado, hace un guiño al apogeo del Art Déco en la ciudad, un curioso regreso después de la demolición del Union Carbide Building que anteriormente ocupaba el lugar, un diseño de Natalie De Blois, de SOM, una mujer arquitecta poco común en un mundo de hombres trajeados de mediados de siglo. Le pregunto si se arrepiente de algo. “Era un edificio maravilloso”, responde, “uno de mis favoritos. Pero no fue mi decisión demolerlo”.
Le pregunto por el edificio en el que estamos, la obra maestra de la arquitectura pública de Rogers y Renzo Piano. ¿Es el Pompidou un edificio que le gustaría haber diseñado? Esta vez no duda. “No. Es un edificio seminal, un gran experimento. Pero es una celebración de los sistemas que impulsan el edificio”, con sus conductos y tubos de colores brillantes en el exterior, un contraste con sus estructuras más lisas y suaves. “El Sainsbury Centre, que era nuestro equivalente contemporáneo, fue el primer edificio que respiraba, que se enfriaba y calentaba de forma natural, y todavía funciona”.
Todavía sigue construyendo el futuro. Hay en exhibición minirreactores nucleares que podrían alimentar una manzana de Manhattan. Hay viviendas en la luna y aviones junto a su (realizado) puerto espacial en Nuevo México. Yo podría ver una paradoja en todo este consumo de carbono y la fe en el futuro; Foster no.
“Los materiales del edificio Union Carbide se reciclaron en 98% para dar paso a un nuevo edificio mucho más eficiente. No veo ningún problema en eso. Y los aeropuertos, hay que ubicarlos en el contexto de la vida real.
La movilidad y la globalización no van a desaparecer. Eso es ingenuo.… sabemos que con suficiente energía limpia podemos convertir el agua de mar en combustible para aviones y descarbonizar los océanos…. la posibilidad está a la vista”. Bueno, si alguien puede convencerte, es Norman Foster.
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