Orhan Pamuk tiene un vínculo especial con la propietaria de Mavi, un restaurante de la isla de Heybeliada, desde que lo sacó de un apuro hace casi 20 años. Eso fue poco después de que el escritor turco se enfrentara a una reacción furiosa en su país, provocada por sus comentarios sobre el genocidio que cometió el Imperio Otomano contra su minoría armenia.
Mientras terminaba su cena en este sencillo local, se dio cuenta de que un grupo ultranacionalista había llegado a la isla y se estaba reuniendo a unas cuantas casas del hogar de verano de su familia.
La propietaria, Nigar Çelik, se ofreció a subir a uno de los carruajes de caballos de la isla con el autor, que pocos meses después ganaría el Premio Nobel de Literatura. Ella le acompañó de vuelta a casa para que parecieran una pareja sin importancia.
A pesar de su alegre relato, no parece muy divertido, sobre todo porque nos encontramos apenas unas semanas después de que apuñalaron a Salman Rushdie en Nueva York. Pero el incidente de Mavi fue claramente la base de una buena amistad.
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Pamuk me invitó a cenar con él en una mesa al aire libre con vistas a las Islas Príncipe de Heybeliada y, a lo lejos, a la extensión de Estambul. El escritor parece estar en buena forma a pesar de ser la bête noire (pesadilla) de los poderosos ultranacionalistas de Turquía, así como del presidente Recep Tayyip Erdoğan. Aunque Pamuk cumplió 70 años y sus oscuras cejas están salpicadas de canas, hay algo juvenil en su gran sonrisa.
Se suponía que íbamos a disfrutar una sencilla comida centrada en el kefal, un tipo de salmonete que es el alimento básico de los personajes de Las noches de la peste, su nueva y extensa novela ambientada en una isla mediterránea asolada por la peste a principios del siglo XX. Pero “Nigar Hanım” descartó este pescado por ser demasiado apestoso y quiere ofrecer un auténtico festín.
Así que empezamos a servir pequeñas porciones de la selección de meze que preparó para nosotros: aceitunas con nueces y tomillo, buñuelos de calabacín, un plato de yogur con eneldo, caballa salada, betabel con jarabe de granada y mejillones con arroz.
Sin embargo, era una buena idea, un reflejo del placer que siente Pamuk al mezclar ficción y realidad, una característica de gran parte de su obra anterior y un tema que vuelve a aparecer en Las noches de la peste.
Esa mezcla se hizo demasiado real cuando, a los tres años y medio de escribir el libro, se produjo la pandemia de covid-19. Conceptos que antes podían parecer anticuados y lejanos a sus lectores, como la cuarentena, se convirtieron de repente en algo muy cercano.
Se dio cuenta de que este sentimiento faltaba en los personajes del borrador de su manuscrito. “Les inyecté más miedo. El coronavirus me enseñó el miedo a la muerte”, dice el novelista.
Finalmente escribió la novela sobre la peste que llevaba 40 años meditando, dice, porque le pareció adecuado explorar cómo las pandemias exacerban las tendencias de los gobernantes a ser los hombres fuertes en un momento en el que el propio presidente de Turquía se estaba “volviendo cada vez más autoritario”.
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Sin embargo, Erdoğan, cuyas raíces se encuentran en la política islamista, lo sorprendió al detener las oraciones comunales en las mezquitas en marzo de 2020 mientras la pandemia de la era moderna se propagaba. Al autor, al que le gusta jugar con las ideas de Oriente y Occidente, le hace gracia que el presidente turco actuara con rapidez mientras que lo que él llama el “Occidente civilizado” tardaba en hacer lo mismo.
Cuando era niño, Orhan Pamuk quería ser pintor, pero comenzó a escribir a los veinte años. Produjo una serie de títulos aclamados por la crítica (El libro negro, Me llamo rojo, Nieve y unas memorias y un canto a su ciudad llamado Estambul: ciudad y recuerdos). Fue aclamado en The New Yorker y entrevistado por The Paris Review. Margaret Atwood afirmó, de forma un poco absurda en una reseña del New York Times de 2004, que “narraba el nacimiento de su país”. Dos años después, ganó el Premio Nobel.
Podría decirse que Orhan Pamuk es igual de famoso por su condición de disidente. En 2005 fue juzgado por “insultar a los turcos” tras sus comentarios sobre el genocidio armenio. Se produjo una protesta internacional y al final se retiró el caso. Ahora vuelve a tener problemas por Las Noches de la peste.
El hecho de que critique no solo al presidente Erdoğan, sino también a la oposición y a sus iconos, hace que haya conseguido molestar a la mayoría de los segmentos de la sociedad. Entonces, Pamuk recita algunas cifras y dice que ha vendido más ejemplares per cápita en su país que en cualquier otro. “Soy muy apreciado en Turquía”, dice.
“El coronavirus me enseñó el miedo a la muerte”
Como miembro de una familia adinerada de Estambul, y liberal, difícilmente es un turco común. Sin embargo, a menudo se le trata como un portavoz de su nación, un fenómeno que parece afectar especialmente a los autores de países no occidentales.
Orhan Pamuk dice, no sin razón, que no es culpa suya si le preguntan sus opiniones políticas. Dice que debería tener la libertad de responder si lo desea.
También está claro que le gusta hablar de política, nos metemos de lleno en las turbulentas elecciones que se avecinan, consideradas por todos como las más difíciles a las que se haya enfrentado Erdoğan durante sus casi dos décadas en el poder.
El presidente turco está en declive, dice Orhan Pamuk. “Ya no puede restringir la voz de nadie”. Afirma que la caída de la prosperidad que ha experimentado el país mientras la lira se desplomaba y la inflación se disparaba hasta una tasa oficial de 80% es “escandalosa”, y es “un ejemplo perfecto de una persona que está en el poder durante 20 años que se vuelve cada vez más autoritaria y toma decisiones irracionales y destruye el bienestar de la nación”.
Sin embargo, agrega, que de lo que más se habla es de cómo actuará el presidente Erdoğan ante su menguante popularidad. “Las encuestas nos dicen que va a perder, pero ¿va a aceptarlo?”.
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Empezamos a hablar de Salman Rushdie. ¿Son amigos? Orhan Pamuk responde enigmáticamente que los amigos literarios son “muy problemáticos”, y luego me reprende cuando intento averiguar a qué se refiere. “Uhhh, eres tan pro-vo-cadoor”, se queja. “No estás satisfecho con mis respuestas”.
A continuación, se lanza a una explicación divagante sobre su solicitud, hecha con antelación, de un postre de higos. Marca los higos, los ultranacionalistas y el carruaje de caballos, además de algunos puntos de los que no hemos hablado, y luego declara: “Todo está cubierto”. Este episodio me da la sensación de haber pasado la velada con un tío abuelo excéntrico, algo irascible, pero en definitiva entrañable.
Después de pagar la cuenta, nos dirigimos a la parada del ferry. Orhan Pamuk nos compra dos boletos. Subimos al barco y nos sentamos en la cubierta superior al aire libre para disfrutar de la brisa.
Recuerdo que tenía la intención de averiguar si alguna vez lo invitan a la televisión turca. Me parece trágico e injusto que no se le permita al menos formar parte de la discusión. “La televisión turca no me da la bienvenida”, dice, “para ser justos, no me matan, ¿OK?”. Se ríe a carcajadas. Otra vez esa sonrisa juvenil. “Puedo sobrevivir aquí”.
GAF