El mundo, según McKinsey, nunca fue más rico. El planeta Tierra, incluso cuando se ve asolado por una pandemia y los confinamientos, sigue haciendo sonar las máquinas registradoras. Si se suma el valor de los activos reales —edificios, maquinaria, etcétera— y los activos financieros de 10 de los países más grandes, se obtiene un balance global de mil 540 billones de dólares.
De acuerdo con el McKinsey Global Institute, una división de la consultora de administración, esta cifra se multiplicó por cuatro respecto al año 2000. Una vez descontados los pasivos, esta riqueza equivale a unas seis veces el producto interno bruto (PIB), lo que también es muy superior al múltiplo de 4.5 veces de hace dos décadas.
¿De dónde procede esta nueva riqueza? No es de extrañar que los dos países más grandes hayan aportado la mayor parte del crecimiento de la riqueza neta: la mitad de China y casi una cuarta parte de Estados Unidos. El economista Thomas Piketty tiene razón: al nivel de los hogares, los ricos son cada vez más ricos. El 10 por ciento más rico de ambos países posee más de dos tercios de la riqueza. En Estados Unidos, declaradamente capitalistas, la mitad inferior se reparte apenas 1.5 por ciento; en China —un país que persigue la “prosperidad común”— la cifra comparable era de 6 por ciento en 2015.
La riqueza que hay en los hogares se divide aproximadamente en partes iguales, entre los bienes inmuebles y los activos financieros como los ahorros y el capital; sin embargo, existen grandes variaciones: Francia y Australia prefieren la tierra y los edificios; los estadunidenses, las pensiones y los valores. Los japoneses nunca han perdido su yen por los depósitos, que representan más de un tercio del total de los activos de los hogares.
Esas carteras alimentaron un incremento del patrimonio neto del sector doméstico, que pasó de ser 4.2 veces el PIB en el año 2000 a 5.8 veces el año pasado. Las bajas tasas de interés y el dinero fácil también fueron de gran ayuda.
McKinsey Global Institute cree que el aumento de los precios de los activos rompió el vínculo tradicional entre el crecimiento del PIB y el aumento del patrimonio neto. El primero ha sido escaso en las economías desarrolladas. El ahorro que busca valor acaba en el sector de las bienes raíces, dos tercios del patrimonio neto.
El final que se anticipa del dinero fácil debe ayudar a que el producto interno bruto y el patrimonio neto vuelvan a estar más en sincronía. Las señales de la caída de los mercados de bonos y de los precios de los activos chinos apuntan a ese reajuste. Esto puede ser molesto para los ricos en el corto plazo, pero es bueno para ellos a escala política.
Recoger las ganancias del apoyo económico del Estado no es una estrategia popular para lograr enriquecerse con gran rapidez, por mucho que se haya perseguido de manera involuntaria.