Liz Truss fue sopesada en la balanza y se le declaró insuficiente. Lo mismo ocurrió con Kwasi Kwarteng. Una semana de agitación innecesaria y perjudicial lo demostró, pero detrás hay un riesgo aún mayor. El único tipo de líder más peligroso que el canalla que tenía Reino Unido es el fanático que tiene ahora. La característica dominante de estos entusiastas es su convicción de que la realidad debe adaptarse a sus deseos y no al revés. Si un individuo adopta esta actitud ante la vida, puede causar un gran daño a sus allegados. En los líderes políticos, el resultado puede ser un desastre para el país.
La ironía es que para esta gente “el mercado” es dios y la economía básica su religión; sin embargo, los mercados reales los rechazaron, ya que los inversionistas huyeron de la libra esterlina y de los bonos del gobierno, causando un caos de tal nivel que el Comité de Política Financiera del Banco de Inglaterra se vio obligado a intervenir, en un intento de rescatar de sus locuras al gobierno y a una industria de pensiones mal regulada.
La realidad es que Truss no tiene una estrategia, sino un “plan de crecimiento”, una poción mágica en la que rocía la reversión de los recientes incrementos de impuestos, la libertad de las bonificaciones para los banqueros y los impuestos más bajos para los más ricos, dice “abracadabra” y de repente la tendencia de alza de la productividad se cuadruplica, conjurando un crecimiento anual de 2.5 por ciento.
Este tipo de sueños pueden ser divertidos si no fueran tan peligrosos para el país.
En primer lugar, se suman a una larga serie de mentiras: las que justificaron la excesiva austeridad fiscal después de la crisis financiera, las de que el brexit traería prosperidad, las de que el protocolo de Irlanda del Norte había resuelto el dilema de la salida de la Unión Europea y las de que el gobierno haría algo serio para nivelar las regiones rezagadas del país. Ahora los que están a cargo prometen un enorme salto en el crecimiento de la productividad. En su análisis para el Tony Blair Institute, Oxford Economics concluye que la producción agregada puede ser en conjunto 0.4 por ciento más alta dentro de cinco años.
En segundo lugar, aunque este no es un plan de crecimiento, lo es de desigualdad e inseguridad. El reciente caos reforzará el deseo del gobierno de ir en la dirección de recortar los beneficios sociales y los servicios públicos. De este modo, trasladarán los ingresos de la parte inferior a la parte superior de la distribución en medio de una crisis del costo de la vida, en un país con la mayor desigualdad de ingresos disponibles de las democracias de altos ingresos, después de Estados Unidos. Lo justificarán con el viejo argumento de que las naciones son como las empresas y, por tanto, no pueden darse el lujo de un gasto público elevado. La eliminación de la ayuda exterior sumará a las víctimas innecesarias a algunas de las personas más pobres del planeta.
Este parlamento no fue elegido con un programa de este tipo. El partido fue capturado por fanáticos indiferentes a la realidad o a la simple decencia. Como señala John Burn-Murdoch, “los Tories (conservadores) se desconectaron del pueblo británico”.
Por último, el gobierno destrozó la credibilidad de las instituciones públicas y la formulación de políticas en Reino Unido: arremetió contra el Tesoro, repudió la transparencia fiscal, provocó caos en los mercados de bonos del gobierno y divisas y obligó al banco a volver a la expansión cuantitativa en un momento inoportuno. Los movimientos populistas siempre desprecian las instituciones restrictivas dirigidas por las “élites”, pero las instituciones son el baluarte de una civilización. El Partido Conservador solía entender esto. Ya no. Los inversionistas lo saben ahora, es evidente.
Los resultados económicos a largo plazo de Reino Unido deben mejorar si se quieren hacer realidad los deseos de su población de tener una vida mejor. Si el gobierno quiere hacer algo útil al respecto puede desempolvar el informe de la Comisión de Crecimiento de 2017 de la London School of Economics. La mejora de los incentivos es solo una parte de la respuesta. Por eso es deseable una reforma fiscal ordenada y una difícil desregulación, en especial del uso del suelo. El Estado debe suministrar bienes públicos de primera clase, entendiendo que estos son un beneficio social, no un costo. Debe haber estabilidad fiscal y monetaria, una inversión pública y privada mayor en capital físico y humano; un mayor ahorro, una política regional favorable al crecimiento, una economía abierta, políticas estables y creíbles y no el riesgo constante de otra guerra comercial con nuestros vecinos más cercanos.
Truss y Kwarteng no lo conseguirán. Los recortes fiscales y las zonas de inversión sin financiamiento no lo conseguirán. Otro gran salto en la desigualdad no lo logrará. Esta gente está loca, es mala y peligrosa. Tienen que irse.
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