¿Por qué está rezagada la economía británica?

Opinión. Cuando una nación deja de innovar comienza a estancarse, lo que sucedió con Reino Unido, pues registró la inversión fija bruta más baja del G7 entre 2010 y 2018.

“El país tiene una crisis de innovación y crecimiento. El gobierno debe considerar qué hacer al respecto”. Shutterstock
Martin Wolf
Londres /

Desde la crisis financiera mundial, la productividad de Reino Unido ha estado prácticamente estancada. En una economía así, la política económica se convierte en algo de suma cero: la situación de algunos solo puede mejorar cuando se empeora la de otros. Esta es una receta para el conflicto. En su lugar, es esencial generar un crecimiento económico sostenible.

La disminución del crecimiento de la productividad no es algo único de Reino Unido. Todos los miembros de los principales países de altos ingresos del G7 tuvieron un crecimiento de la producción por hora muy inferior entre 2010 y 2019 que entre 1990 y el año 2000. Sin embargo, el deterioro de Reino Unido fue el mayor, ya que pasó de una tasa anual de 2.6 por ciento a un mero 0.4 por ciento. La única economía del G7 con un menor crecimiento de la productividad en este último periodo fue Italia. 

Las explicaciones aproximadas son fáciles de encontrar: la inversión fija bruta promedio anual de Reino Unido fue la más baja del G7 entre 2010 y 2018, con poco más de 16 por ciento del producto interno bruto (PIB), y el único país del G7 con una inversión promedio menor en investigación y desarrollo fue, una vez más, Italia. Dado que la tecnología está incorporada en la nueva maquinaria, esta inversión tan baja casi garantiza un bajo crecimiento de la productividad. 

¿Por qué se desaceleró el crecimiento de Reino Unido hasta dar la impresión de que gatea? El mejor análisis que he visto de los factores que determinan el crecimiento es el de David Sainsbury, un empresario que se desempeñó como ministro de Ciencia en el gobierno de Tony Blair. Sus opiniones se basan en las de pensadores influyentes del pasado como Alexander Hamilton y Joseph Schumpeter. 

Como afirma Sainsbury, la economía neoclásica no tiene una teoría del crecimiento, porque no tiene una de la innovación. Él la tiene: se impulsa por las empresas innovadoras. A esto él le llama la “dinámica de la capacidad-oportunidad de mercado”. Hay cuatro condiciones para el éxito: la demanda de nuevos productos y servicios, las oportunidades tecnológicas específicas, las empresas capaces de aprovechar esas oportunidades y las instituciones que son capaces de apoyar a estas empresas.

Entonces, el crecimiento es un proceso evolutivo que se caracteriza por la prueba y el error, la incertidumbre, las economías de escala y el alcance, las externalidades de red, los monopolios temporales y la ventaja acumulada. La experiencia histórica confirma que el crecimiento es una carrera hacia la cima. Significa que explotar nuevas oportunidades que generan ventajas perdurables en los sectores de alta productividad y por lo tanto altos salarios.

Esta perspectiva le permite a Sainsbury considerar por qué algunos países tuvieron éxito económico, por qué otros no lo lograron y, no menos importante, por qué países que alguna vez fueron exitosos se quedaron rezagados. La respuesta a esto último es que se perdieron en demasiados de los nuevos sectores de alta innovación y alta productividad. 

Si nos fijamos en las historias de éxito de los que se pusieron al corriente en el crecimiento de los últimos dos siglos, desde Alemania y Estados Unidos hasta Japón, Corea del Sur y China, nunca se trató de hacer más de lo mismo. Se trató de desarrollar nuevas cosas y más aún de su capacidad de desarrollar nuevas cosas. Una vez que una economía pierde esa capacidad, comienza a estancarse. 

Sainsbury argumenta que hay cuatro posibles estrategias hacia la innovación: dejarla en manos del mercado, apoyar el suministro de factores relevantes de producción (ciencia y personas cualificadas), apoyar industrias y tecnologías clave y seleccionar empresas, tecnologías y productos específicos. Argumenta que los gobiernos deben hacer lo segundo y lo tercero, y lo último dejárselo a los banqueros o capitalistas de riesgo. Sin embargo, los gobiernos deben financiar la ciencia y el desarrollo de habilidades científicas y de otro tipo, y deben promover algunas industrias y tecnologías generales.

El fundamento económico para apoyar la innovación es que el conocimiento es un bien semipúblico. Esto no es solo un punto teórico. En la práctica, el apoyo del gobierno desempeñó un papel central en el desarrollo de casi todas las tecnologías de los siglos XX y XXI, pero los gobiernos desempeñan un papel central, de manera más general, en el desarrollo de todas las capacidades que Sainsbury discute. Esto se debe a que casi cualquier nueva capacidad significativa tiene aspectos de bienes públicos. Para dar un ejemplo, el conocimiento que desarrolla una empresa se va a incorporar en las personas que tal vez salgan de ella para ir a trabajar con compañías rivales. Una vez más, desarrollar algo nuevo a menudo es a la vez costoso y arriesgado. Esto, también, justifica cierto apoyo.

La economía de Reino Unido tiene una crisis de innovación y crecimiento. El gobierno debe considerar qué hacer al respecto. ¿Por qué las empresas de Reino Unido invierten tan poco? ¿Por qué el país tiene una posición débil en la fabricación de alta tecnología? ¿Qué empresas e industrias ofrecen las mejores oportunidades? ¿Cómo debe vincularse la investigación universitaria con las empresas? El país se está quedando atrás. Tiene que haber respuestas para estas preguntas. 

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Fintechs inglesas van por Lituania

Gracias al brexit, Lituania se está convirtiendo en un eje de las nuevas tecnologías financieras donde un número creciente de actores procedentes de Reino Unido vienen a probar suerte para poder seguir operando en la Unión Europea. Según el organismo Invest Lithuania, el sector emplea a más de 4 mil personas en el país, 18 por ciento más que en 2020. Las autoridades lituanas pueden tratar las solicitudes de permiso en solo tres meses, más deprisa que cualquier otro país del bloque, por lo que se han concedió 118 permisos fintech que permiten operar a las empresas en cualquier parte de la Unión Europea, más que Alemania (77) y Francia (76).



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