El covid-19 no transformó el mundo, al menos hasta ahora. Pero aceleró su desarrollo, tecnológica, social y políticamente. Esto ha sido asombrosamente cierto en las relaciones internacionales la división entre China y Occidente y el fracaso del liderazgo de EU en Occidente se han profundizado. El orden mundial encabezado por Occidente está en crisis. Si Estados Unidos reelige a Donald Trump, esto será terminal.
China es cada vez más asertiva. No respeta la piedad occidental por los derechos humanos, como lo demuestra el trato brutal de los uigures y la nueva ley de seguridad en Hong Kong. Bajo el gobierno de Xi Jinping, emperador de por vida, la afirmación de la condición de China como una superpotencia y un despotismo es completa. El abandono del célebre consejo de Deng Xiaoping de “ocultar tu fuerza, esperar tu momento, nunca tomar la iniciativa” es inequívoco. Sin embargo, China también debe ser un socio en la gestión de cada desafío global.
Occidente tiene activos valiosos en cualquier competencia por influencia con China. Muchos todavía admiran sus valores fundamentales de libertad y democracia. La influencia intelectual y cultural occidental sigue siendo mucho mayor que la de China.
EU ha podido crear y mantener alianzas duraderas de países con ideas afines. Si se suman las naciones que naturalmente se alinean con Estados Unidos, entre ellas las de Europa, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australasia y, cada vez más, India, su peso económico y político sigue siendo enorme.
Sin embargo, las cosas se han desmoronado. EU sucumbió a feroces divisiones internas que terminaron en un destructivo nacionalismo de suma cero. Trump es la encarnación de estas divisiones, como afirmó el ex secretario de defensa Jim Mattis. También es el principal protagonista del rechazo de su país a su papel histórico como modelo global de democracia liberal y líder de una alianza de países con inclinaciones similares.
Trump es Estados Unidos en la era posterior a los valores. También es posterior a la competencia. Incluso cuando a la gente de todo el mundo no le gustaba lo que hacía EU, pensaban que sabía lo que hacía. El aterrador éxito de la administración Trump en el desmantelamiento del gobierno transformó esa visión durante la era del coronavirus.
Este presidente y su administración no quieren gobernar ni saben cómo hacerlo. El contraste con China, a pesar de todas las fallas iniciales del segundo en la gestión de covid-19, es marcado.
En un artículo en The Atlantic, James Fallows describe el desmantelamiento sistemático del sistema estadunidense de respuesta a los casos de pandemias líder en el mundo. Pero el fracaso no solamente se debió a la paralización del gobierno, también se debió al carácter del incompetente malévolo de que lo dirige.
El mundo se dio cuenta. El prestigio y la credibilidad de EU quedaron gravemente dañados. Es simbólico del colapso en las relaciones entre la alianza central que la Unión Europea, que logró un control incompleto, pero real, sobre la enfermedad, todavía no tiene planes de permitir que los estadunidenses vuelvan a entrar.
En un artículo de Internal Affairs, Francis Fukuyama argumenta que la base de cualquier orden político, obviamente en una pandemia, es un gobierno efectivo. En un artículo anterior, argumentó convincentemente que las ideas del estado de derecho y la rendición de cuentas a los ciudadanos a través de procesos políticos democráticos se basan en esto: si el Estado no funciona, nada lo hace. La administración Trump parece decidida a demostrar esta hipótesis.
Es concebible una alianza de democracias liberales dedicadas a crear un contrapeso a China en algunas áreas, a la vez que coopera exitosamente con ella en otras. Pero no sucederá si EU no se vuelve a crear como un Estado funcional dirigido por un presidente que no admira a todos los autoritarios con los que se encuentra. Harold James, profesor de historia en Princeton, incluso escribió un sombrío artículo sobre “Late Soviet America” (Estados Unidos Soviético Tardío).
Sin embargo, China en la época moderna también tiene bases débiles. Su Estado es indudablemente efectivo y su pueblo es trabajador y emprendedor, pero la ausencia de un estado de derecho y una rendición de cuentas democrática hacen que el Estado sea demasiado fuerte y la sociedad civil demasiado débil.
A China le fue bien cuando se abrió al mundo, tal como ocurrió en las últimas cuatro décadas. Pero si el mundo se cierra, será más difícil que progrese tan rápido.
Daron Acemoglu y James Robinson explican el dilema que enfrenta un despotismo efectivo. Puede permitir que los empresarios se quiten las riendas, con un efecto enorme. Pero, sin un estado de derecho, el resultado inevitablemente será una oleada de corrupción que socavará la legitimidad del régimen. El gobernante puede tirar de las riendas una vez más, obligando a las personas a comportarse de nuevo. Pero también corre el riesgo de matar los espíritus animales tan necesarios.
Esto es probablemente lo que le está sucediendo a la economía china en la actualidad. Algunas personas parecen creer que la inteligencia artificial y la recolección de grandes cantidades de datos permitirán que la planeación centralizada reemplace al mercado. Nada es menos probable. La fuerza motriz del cambio son las ideas dentro de las cabezas de las personas. Nadie puede planear eso. Las personas necesitan incentivos para crear cosas nuevas y desafiantes. ¿El Estado chino más opresivo de la actualidad fomentará eso?
Por un lado, entonces, tenemos una superpotencia despótica en ascenso, pero una con debilidades reales. Por otro lado, tenemos una superpotencia tradicional que ha perdido el rumbo.
Quiero que los valores centrales occidentales tengan éxito y florezcan. Quiero que China prospere, pero no a costa de corroer a las sociedades que defienden esos valores. Quiero que la humanidad maneje sus relaciones pacíficamente y su frágil mundo sabiamente. Si esto va a suceder, Estados Unidos sigue siendo la potencia indispensable. El problema no es tanto Trump como que tantos estadunidenses quieren que él los lidere. La crisis occidental es una crisis de valores. Podemos superarlo. Pero va a ser difícil.
División
EU sucumbió a feroces divisiones internas que terminaron en un destructivo nacionalismo de suma cero. Trump es la encarnación de estas divisiones.
Contrastes
El presidente Trump y su administración no quieren gobernar ni saben cómo hacerlo. El contraste con China, a pesar de todas las fallas en la gestión del covid-19, es marcado.
Fracaso
El fracaso en la respuesta a la pandemia en EU no solo fue por la paralización del gobierno sino también por el carácter del incompetente malévolo que lo dirige.
Debilidad
China también tiene bases débiles. La ausencia de un estado de derecho y rendición de cuentas democráticas, hacen que el Estado sea demasiado fuerte y la sociedad demasiado débil.
Transformación
La fuerza motriz del cambio son las ideas dentro de la cabeza de las personas; éstas necesitan incentivos para crear cosas nuevas y desafiantes. ¿El Estado chino más opresivo de la actualidad fomentará eso?