Para un revolucionario supuestamente peligroso, Julius Malema se parece más a un bebé gigante. El rebelde al que expulsaron por insubordinación del partido gobernante de Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano (CNA), en 2012 se ve agradable. Famoso por su preferencia por la joyería y las marcas de diseñador, hoy, el líder político de 34 años se encuentra entre los más queridos y temidos del país.
Se pone de pie para saludarme, y se presenta con una sonrisa encantadora. “Hola, jefe”, dice, mientras extiende una mano enorme. “Siéntate”.
Nos reunimos en el restaurante Orchards en el Parktonian, un hotel de 4 estrellas en el centro de Johannesburgo, y a unos metros de sus oficinas de Luchadores por la Libertad Económica, el partido político que creó hace dos años.
La mesa está lista para ocho personas, aunque solo somos Malema, yo y Mbuyiseni Ndlozi, el portavoz del partido. Vamos a comer el buffet.
Un activista político desde la infancia, eligieron a Malema como líder de la Liga Juvenil del CNA en 2008. Cuatro años después lo expulsaron. Entre sus delitos está llamar al presidente, Jacob Zuma, dictador. Dijo que el CNA traicionó sus ideales de la revolución al venderse al “capital blanco”.
A un año de crear el partido, este se convirtió en una fuerza política. Malema promete derrotar al partido gobernante en una década. “Si Zuma puede ser presidente, cualquiera puede serlo”.
Cuando desafío su aseveración de que el final del apartheid no cambió nadia, cambia a la retórica populista. “Votamos, pero no nos podemos comer esa cruz”, empieza al referirse al derecho de voto que ganaron los sudafricanos negros en 1994. “Esa cruz no lleva a nuestros hijos a la escuela. No le da a nuestra gente la mejor vida que prometieron. Esa cruz no nos regresó nuestra tierra, no nos devolvió los minerales. Así que, cuando me dices que terminamos con el apartheid, cuando hay un enorme apartheid económico en este país, no sé qué quieres decir”.
Le pregunto acerca de su infancia. Malema creció bajo el apartheid en Seshego, un municipio en la provincia de Limpopo a donde obligaron a ir a la familia de su abuela por las leyes de segregación. “Nací de una madre soltera”, una empleada doméstica que padecía de epilepsia. “Todos nos quedamos en la casa de mi abuela”. Su abuela tenía nueve hijos propios.
Las únicas personas blancas que veíamos eran los soldados. “Cuando llegaban, todos corrían a esconderse. Sabíamos que eran enemigos de nuestra gente”, dice.
¿En ese tiempo qué sabía de Nelson Mandela? “No habíamos visto su cara. Pero todos hablaban de Mandela como este mesías que, una vez fuera de prisión, vendría para liberarnos del sufrimiento”, responde.
¿Vio la liberación de Mandela en televisión en 1990? “No teníamos televisión”. Pero lo vio cuando visitó un pueblo cercano. “Después de que Mandela estrechó mi mano”, dice, me fui contento a casa. “Fue un sueño hecho realidad”.
¿Los líderes del CNA fueron conciliadores? ¿Cedieron mucho terreno a los blancos? “Fue un error total”, es su veredicto sobre lo que muchos consideraron la transición política más notable de finales del siglo XX. “No se logró nada, excepto reafirmar el status quo”.
Pregunto por el uso que hace de “el enemigo”. ¿Se refiere a los blancos? “No son las personas blancas las que son los enemigos”, dice, “es el capital monopólico blanco que quiere producir mano de obra barata”.
¿Por eso no se puede aspirar al poder fuera del CNA? “No voy a regresar al CNA”, dice y añade que fue cooptado por un sistema económico heredado del apartheid.
¿Por qué tardó tanto en salir? Los críticos dicen que era feliz de ser miembro cuando se ajustaba a sus ambiciones políticas y personales. “Yo no dejé al CNA. Me echaron”, responde, como si esa fuera una cuestión de honor. “Este CNA está podrido. Estamos aquí como una nueva generación”.
Si bien no viola la ley, ¿no es ofensivo que un autodenominado revolucionario utilice relojes de lujo? Responde a la provocación. “¿Tenemos que oler para mostrar nuestro compromiso con la revolución?”, exige retóricamente. “Eso es incorrecto. Es vulgarizar la revolución, porque la lucha socialista y lo que representan los Luchadores por la Libertad Económica no es ser iguales -como que debemos vestirnos igual, caminar igual, cantar igual, bailar igual”, alza la voz. “Me visto adecuadamente. Me visto como quiero y nadie puede decirme cómo vestir”.
El tiempo casi termina; hablamos sobre su esposa, y su hijo, Ratanang, de una relación anterior. Quiere que él “crezca en una Sudáfrica más brillante, próspera, no racial... porque estos chicos se tienen que ver entre sí como seres humanos y no como blanco y negro”.
Esa Sudáfrica todavía no nace. “Los blancos tienen más privilegios, y la única explicación es porque somos negros”. Es su última palabra. Se levanta. “Muy bien, jefe”, dice, y concluye abruptamente el almuerzo.
Cuando llega la cuenta noto que me cobraron siete almuerzos. Pienso que es un error, pero el mesero señala una mesa vacía al otro lado del salón donde cuatro camaradas de Malema comieron. Al parecer el Financial Times también les pagó el almuerzo. Me río calladamente. La expropiación ya comenzó.