Donald Trump dice tantas cosas extrañas e indignantes que resulta imposible recordarlas todas. Pero un comentario “trumpiano”, que me es imposible olvidar, es la constante insistencia del presidente de Estados Unidos (EU) en que, después de la conquista de Irak, “deberíamos habernos quedado con el petróleo”.
A ojos de la clase dirigente de Washington, fue otra torpeza más de Trump. Incluso Dick Cheney, el exvicepresidente y el más duro de los políticos de línea dura, nunca presentó a Irak como una guerra de conquista. Pero las declaraciones del mandatario, que buscaban deliberadamente la provocación, permiten comprender tanto su filosofía como su atractivo para los votantes.
Ahora que muchos estadounidenses temen que tanto el poder de EU como su propio nivel de vida están en declive, Trump hace un llamado a la crueldad. El presidente estadounidense le dice a los votantes que el país ya no puede permitirse ser “políticamente correcto”. Para hacer grande a Estados Unidos de nuevo, en las palabras de su lema, hay que redescubrir los instintos implacables que hicieron grande al país en primer lugar.
En un gesto de alusión a la antigua crueldad estadounidense, Trump colgó el retrato de Andrew Jackson, presidente de EU entre 1829 y 1837, en la pared de la Oficina Oval. A Jackson alguna vez se le consideró como uno de los grandes artífices de la nación estadounidense, y su estatua se erige en Lafayette Square, frente a la Casa Blanca.
Pero una generación más reciente de historiadores acusó a Jackson de ser cómplice de genocidio por ordenar la expulsión forzada de los nativos americanos de sus tierras, una política que llevó al sendero de lágrimas en el que murieron miles de ellos. Al honrar a Jackson, al que elogió al calificarlo como una persona muy dura, Trump honra las políticas brutales que permitieron a EU conquistar el Oeste.
La estrategia del presidente indica a los votantes que él también es un tipo duro. Y tiene el beneficio político adicional de usar las guerras culturales nacionales de EU. Al homenajear a presidentes como Jackson, y elogiar recientemente al comandante confederado y propietario de esclavos Robert E. Lee, Trump le dice a los ciudadanos de derecha lo que quieren oír, que no hay nada por lo que deben disculparse en la historia estadounidense. Este no solo es un debate histórico.
También es intensamente contemporáneo y político. Estas provocaciones llegan en un momento en que la izquierda adopta-sobre todo en las universidades una postura mucho más firme a la hora de abordar los aspectos oscuros de la historia de EU.
Por extraño que parezca, Trump y la izquierda progresista comparten algunas ideas. Ambos creen que la nación se fundó sobre actos de crueldad y brutalidad. La diferencia reside en que la izquierda considera que EU debería enmendar esa historia. Mientras que Trump y sus seguidores sostienen que los estadounidenses deberían aceptar toda su historia- incluidas- las partes crueles y volver a los valores del pasado.
En el punto de vista trumpiano, EU se volvió blando y corre el riesgo de llegar a la ruina si se comporta demasiado escrupuloso cuando trata con adversarios crueles como el Estado Islámico, o incluso con Rusia y China.
La estrategia de Trump posee cierta honestidad implacable. Pero también hay limitaciones evidentes a esta honestidad. Al elogiar a personas como Lee y Jackson, el presidente da muestras de su actitud hacia la injusticia racial, sin llegar a ser explícito.
Pero a aquellos que quieren abrazar la maldad del pasado, hay que preguntarles hasta dónde quieren remontarse exactamente: ¿apoyan la segregación racial; la esclavitud; desean dar a los enemigos mantas contaminadas con viruela, como quería hacer Amherst en 1793? Seguramente no.
La noción de que recuperar algunas de las ideas más reaccionarias ayudará a cumplir algunas de las vagas promesas de Trump a los votantes también es altamente cuestionable. Por el contrario, parece una fórmula de división nacional y conflicto en lugar de generar grandeza, que es una de las razones por las que los trolls rusos de internet a menudo avivan las guerras culturales de EU.
Un país como EU, que dé la espalda a los valores liberales, también será más débil a nivel internacional. Si el conflicto con China gira exclusivamente en torno al poder relativo de las economías estadounidenses y chinas, EU podría perder: la economía de asiática ya es más grande que la de estadounidense en términos de poder adquisitivo.
En cuanto al armamento, Rusia posee un arsenal nuclear tan formidable como el de EU, y la flota china es ya más grande que la estadounidense. Pero hay un área en la que ambos países tienen problemas para competir con EU, la batalla de ideas.
Autocracias como Rusia y China temen el atractivo del modelo estadounidense de libertad política e individual, derechos humanos y estado de Derecho. Dedican mucho tiempo y energía a reprimir a las personas y organizaciones que se ven atraídas por estas ideas subversivas.
A Donald Trump se le llegó a calificar de manera habitual como “el líder del mundo libre”. Pero es difícil aplicar esa etiqueta al presidente, un hombre que parece envidiar a los dictadores y solo siente desprecio por los valores liberales. Eso debilita el atractivo de EU de atraer aliados y socios de todo el mundo. Como suele decirse: “Es peor que un crimen, es un error”.