Esto se parece a una escena de la Segunda Guerra Mundial, justo aquí en el corazón de Santiago”.
Felipe Alessandri, el alcalde de una de las ciudades más prósperas de Latinoamérica, inspeccionaba los restos quemados de la iglesia de Veracruz, en el centro de la capital de Chile, destruida en un incendio que comenzó durante una huelga general hace dos semanas.
Las llamas que consumieron la iglesia son un recordatorio de que las violentas protestas que se apoderaron de Chile siguen sin control, a pesar de las promesas de gasto social adicional y una nueva constitución.
Algunos personajes de izquierda en la región aplaudieron lo que calificaron como una revuelta de las masas de Chile contra las políticas económicas fallidas del presidente Sebastián Piñera. Sin embargo, un levantamiento popular en Bolivia llevó a la caída de un político que se encuentra al otro lado del espectro político.
Evo Morales, el exmandatario de Bolivia, huyó a México después de que su presidencia de 14 años colapsó hace dos semanas. Chile y Bolivia tienen niveles de riqueza y madurez política marcadamente opuestos, pero la agitación que los envuelve a ambos encaja en el mismo patrón en América Latina este año.
El Dato.0.2%
es la proyección
de crecimiento
en América Latina en 2019, según el FMI
Déjà vu latinoamericano
Las protestas masivas sacudieron a los gobiernos en Ecuador, Haití, Honduras y Venezuela, mientras que en Perú fue disuelto el parlamento, un presidente de extrema derecha asumió el cargo en Brasil, y los votantes expulsaron a la administración actual en Argentina. “América Latina está en armas, desde el cono sur hasta México”, dice Alberto Ramos, jefe de economía latinoamericana de Goldman Sachs en Nueva York.
Ramos señala las débiles economías como las principales culpables: el crecimiento real del Producto Interno Bruto (PIB) ha promediado solo 0.8% en los últimos seis años en la región. “Cuando tomas en cuenta el crecimiento de la población, eso significa que el PIB per cápita en realidad cayó”.
La década de 1980 se conoció como la “década perdida” en América Latina, después de que una crisis de deuda provocó que la economía regional se paralizara. Para muchos países, la década actual corre el riesgo de repetir esa experiencia.
Los problemas comenzaron con el final del auge de las materias primas en 2014. Los gobiernos latinoamericanos gastaron generosamente para reducir la pobreza y redistribuir el ingreso, pero no invirtieron lo suficiente en áreas como la infraestructura o la educación para hacer que sus economías fueran competitivas en tiempos más difíciles.
El crecimiento se estancó y decenas de millones de personas que se unieron a las clases medias vieron que sus ganancias se erosionaron y las perspectivas para el futuro se volvieron sombrías.
Este año y el siguiente, América Latina se prepara para ser la región con menor crecimiento en el mundo, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), que proyecta un crecimiento de solo 0.2% en 2019.
La teoría del túnel
La ferocidad de los disturbios de Chile alarmó a los observadores que, desde el final de la dictadura de Pinochet, habían visto al país como el ejemplo a seguir en un continente turbulento. El mismo Piñera hizo la comparación en una entrevista el mes pasado. “Miren a América Latina, Argentina y Paraguay están en recesión, México y Brasil están estancados, en este contexto, Chile parece un oasis porque tenemos una democracia estable y la economía crece”.
Diez días después, los disturbios se apoderaron de la capital y Piñera declaró el estado de emergencia.
Mónica de Bolle, investigadora senior del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington, sostiene que la mejor explicación para los repentinos estallidos sociales en la región es la “teoría del túnel”, acuñada al economista de Harvard Albert Hirschman en la década de 1970, para explicar la cambiante tolerancia a la desigualdad económica. Describe a los conductores atrapados en los embotellamientos dentro de un túnel.
“De repente, el carril de al lado comienza a moverse, pero el tuyo no”, dice. “No hay ningún beneficio directo para ti, pero aumentan tus expectativas de que tu situación va a mejorar. Si no es así, las expectativas frustradas generan un sentimiento de ira y deseos de revuelta”.
Latinobarómetro, la ONG con sede en Chile, encontró el año pasado que la mayoría de los latinoamericanos veían su futuro económico más sombrío que en cualquier otro momento. La proporción de personas que sentían que su país estaba progresando alcanzó un mínimo histórico de 20%, mientras que 48% consideraba que estaba estancando y 28% que retrocedía.
Irónicamente, las dos naciones con los sentimientos más positivos sobre el progreso económico fueron Bolivia y Chile, donde el crecimiento ha sido más sólido que el promedio regional en los últimos años.
Panorama desalentador
En esta mezcla tóxica se suma la capacidad de difundir el descontento rápidamente y organizar protestas fácilmente y sin costo a través de las redes sociales. América Latina tiene una de las proporciones más altas de usuarios activos de redes sociales y a los grupos de WhatsApp se les atribuye un papel central en las victorias contra la clase dirigente.
En medio de esta desilusión generalizada, el apoyo a la democracia en América Latina, una región plagada de golpes militares, cayó a 48% el año pasado, su nivel más bajo en la historia. Lagos señala que solo el presidente de uno de los principales países de la región, Andrés Manuel López Obrador, goza de un índice de popularidad de más de 50%.
De Bolle compara las protestas chilenas, que fueron provocadas por un pequeño aumento en las tarifas del metro, con las grandes manifestaciones que asolaron a Brasil en 2013.
También comenzaron con una protesta contra un aumento en las tarifas de transporte público, pero rápidamente se transformaron en un movimiento más amplio y violento contra los servicios de baja calidad.
Por su parte, Nicholas Watson, jefe de la consultora Teneo para América Latina, cree que si bien las protestas en Bolivia, Ecuador y Chile fueron provocadas por problemas locales específicos, también hubo factores comunes.
“Lo más importante es la existencia de un acuífero más profundo de frustración y descontento debido a que los beneficios obtenidos durante el auge de las materias primas se desaceleraron o retrocedieron”.
Las perspectivas para los próximos años son, en todo caso, peores. A pesar del desempeño económico generalmente mediocre de la región, en los últimos años América Latina pudo al menos contar con el hecho de que la economía global era fuerte, los mercados eran en gran medida estables y el capital de inversión extranjera disponible, factores que no pueden garantizarse en el futuro.
“En todos los países de América Latina, la situación es tan poco estimulante que debemos realizar un fuerte análisis introspectivo y preguntarnos por qué el crecimiento en la región es tan mediocre y tan inferior al de otras regiones de mercados emergentes”, dice Ramos de Goldman.
La extrema polarización de la política en la mayor parte de Latinoamérica también hace más difícil lograr cualquier tipo de cohesión o consenso, en sociedades que ya son más diversas que en muchas otras partes del mundo.
En Brasil y México, los dos países más grandes de la región, gobiernan populistas de extrema derecha y extrema izquierda, respectivamente. En Venezuela hay una brecha casi insalvable entre los partidarios de Nicolás Maduro y la oposición democrática.
En Bolivia, Evo Morales dividió marcadamente a su país en términos étnicos para motivar a sus partidarios hasta su renuncia, y en Chile, toda la clase política ha fracasado a los ojos de los manifestantes.
De Bolle ve una tendencia que rechaza a los que ocupan los cargos entre las corrientes a veces contradictorias.
“Si hay elecciones, la gente expulsa a los que no han cumplido, ya sea de izquierda o de derecha. Votan por alguien que promete hacer las cosas de manera diferente... pero eso no necesariamente ayuda a resolver nada”, concluye.