La guerra equivocada

FT Mercados

Una combinación de competencia y cooperación es el camino correcto para gestionar el auge de China.

"Estamos ante el acontecimiento geopolítico más importante de nuestra era" (Cortesía).
Martin Wolf
Ciudad de México /

La desaparición de la Unión Soviética dejó un gran vacío. La “guerra contra el terrorismo” fue un sustituto poco adecuado. Ahora China cumple con todos los requisitos. Para Estados Unidos (EU), puede ser el enemigo ideológico, militar y económico que muchos necesitan. Por fin encontró un oponente que vale la pena.

Esa fue la principal conclusión que extraje de los encuentros de este año en Bilderberg. La rivalidad con China se está convirtiendo en un principio organizativo de las políticas económica, exterior y de seguridad de EU. Si se trata o no del principio organizativo de Donald Trump, tiene menos importancia.

 El presidente estadounidense tiene el instinto de un nacionalista y un proteccionista. El objetivo que persigue es mantener el dominio de EU, lo cual significa control sobre China o separación del país asiático. Se equivoca el que piense que conseguirá mantenerse en pie en el actual orden multilateral, nuestra economía globalizada o incluso las relaciones internacionales armoniosas.

La importancia que EU le da a los desequilibrios bilaterales muestra una completa ignorancia en materia económica. La visión de que el robo de la propiedad intelectual provocó graves daños a los estadounidenses es cuestionable. Y es muy exagerada la idea de que China infringió gravemente sus compromisos según su acuerdo de adhesión a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001.

Acusar al país asiático de hacer trampa es un cinismo absoluto, ya que casi todas las acciones de política comercial que realiza la administración Trump incumplen la normativa de la OMC, un hecho que reconoce implícitamente, dado su empeño en acabar con el sistema de resolución de disputas.

La posición de negociación de EU cara a cara con su adversario defiende que impere la ley del más fuerte. Esto es particularmente cierto al insistir en que los chinos acepten el papel de EU como juez, jurado y ejecutor del acuerdo.

 Una disputa sobre las condiciones de apertura del mercado o la protección de la propiedad intelectual podría solucionarse con una cuidadosa negociación, que incluso podría ayudar a China, ya que aligeraría la mano dura del Estado y fomentaría reformas orientadas al mercado.

Sin embargo, la situación ahora mismo está demasiado caldeada como para alcanzar una resolución. Esto se debe, en parte, a una brusca ruptura de las negociaciones, en parte porque el debate de EU se centra más en si la integración con la economía china es deseable. 

El temor hacia Huawei se debe sobre todo a motivos de seguridad nacional y de autonomía tecnológica. El libre comercio se percibe cada vez más como “negociar con el enemigo”.

Estamos ante el acontecimiento geopolítico más importante de nuestra era. Entre otros motivos, porque tarde o temprano obligará a los demás países a posicionarse o a luchar por la neutralidad. 

Pero no solamente es importante, también es peligroso, porque se corre el riesgo de convertir una relación viable, aunque incómoda, en un conflicto que afecte a todos los niveles y que se desató sin un buen motivo.

La ideología de China no supone una amenaza a la democracia liberal como en su día lo fue la Unión Soviética. Los demagogos de la derecha son mucho más peligrosos. Es casi seguro que fracasará un intento de frenar el auge económico y tecnológico de la nación asiática. Y lo que es peor, fomentará una gran hostilidad en el pueblo chino.

A largo plazo, las demandas de una sociedad cada vez más próspera y mejor educada de conseguir un mayor control sobre sus vidas acabarían ganando. Pero eso es mucho menos probable si se amenaza el ascenso de China, cuyo dominio no es el origen de los malestares que padece Occidente.

 Eso refleja más la indiferencia y la incompetencia de las élites nacionales. Lo que se considera como un robo de la propiedad intelectual evidencia, en gran parte, el intento inevitable de la economía de dominar las tecnologías actuales.

 Ante todo, un intento de preservar el dominio de 4% de la humanidad por encima del resto es ilegítimo. Eso no significa aceptar todo lo que China diga o haga. Al contrario, la mejor forma para Occidente de relacionarse con este país es insistir en los valores perdurables de la libertad, la democracia, el multilateralismo basado en reglas y la cooperación global. Estas ideas llevaron a muchas naciones del mundo a convertirse en aliadas de EU en el pasado.

 Y todavía cautivan a varios ciudadanos chinos en la actualidad. Una combinación de competencia y cooperación es el camino correcto a seguir. La estrategia para gestionar el auge de China debe incluir una estrecha cooperación con aliados que compartan los mismos valores y una actitud de respeto hacia los asiáticos. 

Lo triste de la situación actual es que la administración inició de forma simultánea un conflicto entre las dos potencias, atacando a sus aliados y acabando con las instituciones que se crearon tras la Segunda Guerra Mundial en el orden encabezado por EU. El ataque a China es una guerra equivocada, que se lucha de forma equivocada y en el terreno erróneo. Lamentablemente, aquí es donde nos encontramos ahora.


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