"Existe la llamada idea liberal, que sobrevivió a su propósito. Nuestros socios occidentales admitieron que algunos elementos del concepto liberal, como el multiculturalismo, dejaron de ser válidos”. Así, Vladimir Putin afirmó estar en el lado correcto de la historia, en una singular entrevista con Financial Times. Pero, como podría haber dicho Mark Twain, el anuncio de la muerte del liberalismo es una exageración. Las sociedades basadas en ideas liberales centrales son las más exitosas de la historia. Necesitan defenderse de sus enemigos.
¿Qué es el “liberalismo”? Para responder a esta pregunta, primero le pediría a los lectores que se olviden de la noción del liberalismo como lo opuesto al conservadurismo. Este es un concepto que tiene sentido en el contexto estadounidense único: los inmigrantes que fundaron su nuevo estado basados en un conjunto de ideas liberales en el sentido europeo, en oposición a los autoritarios.
La raíz de liberal es liber, el adjetivo en latín que hace referencia a una persona libre, contrario a un esclavo. El liberalismo no es una filosofía precisa, es una actitud. Todos los liberales comparten una creencia en la acción humana individual.
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Confían en la capacidad de los seres humanos para decidir las cosas por sí mismos. Esta creencia tiene implicaciones radicales. Implica el derecho de hacer sus propios planes, expresar opiniones y participar en la vida pública. Estas actitudes se manifiestan en el sistema que llamamos “democracia liberal”.
Los liberales comparten la creencia de que la acción depende de la posesión de derechos económicos y políticos. Se necesitan instituciones para proteger esos derechos, sobre todo, sistemas legales independientes. Pero la acción también depende de que los mercados puedan coordinar a los actores económicos independientes, los medios de comunicación libres permitan la difusión de opiniones y los partidos políticos organicen la política.
Detrás de estas instituciones están los valores y comportamientos: la distinción entre la ganancia privada y el deber público necesaria para frenar la corrupción; un sentido de ciudadanía y la creencia en la tolerancia.
Sin embargo, Putin es un enemigo del liberalismo. La tradición de la que él proviene es la autocracia zarista. Como sostiene Anders Aslund, el presidente ruso “aniquiló meticulosamente las instituciones en ciernes del capitalismo, la democracia y el Estado de Derecho que surgieron en Rusia en la década de 1990. En su lugar, construyó una base vertical de poder controlada por sus compinches, que se oponen al Estado de Derecho, lo que favorece sus propios poderes ilimitados por encima del Estado”.
Bajo el mandato de Putin, Rusia se alejó del liberalismo y, como consecuencia, la economía del país se encuentra en mal estado. A pesar de que el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita representa menos de la mitad de los niveles de Estados Unidos (EU), el crecimiento promedio del PIB per cápita entre 2009 y 2018 fue solo de 1.8% anual.
No obstante, Putin tiene razón en un punto. Las democracias liberales se encuentran en dificultades, en particular en su capacidad para absorber inmigrantes y gestionar la desigualdad. Las sociedades liberales sí necesitan valores e identidades compartidas. Eso es perfectamente compatible con la inmigración y las duraderas diferencias culturales. Pero ambas tienen que administrarse: de lo contrario, el descontento popular llevará al poder a los líderes que desprecian las normas de la democracia liberal.
El frágil equilibrio podría colapsar. Gran parte de lo que dice y hace el presidente de EU, Donald Trump, indica su desprecio por esas normas, especialmente la libertad de prensa y un sistema judicial independiente. El riesgo, entonces, es que la democracia liberal se convierta en una “democracia no liberal”, que en verdad no es liberal ni democrática.
El regulador independiente de EU, Freedom House, reportó un decimotercer año consecutivo de deterioro en la salud global de la democracia. Este declive, señaló, también ocurrió en las democracias occidentales, con EU —el defensor con mayor influencia de los valores democráticos— liderando el camino.
Este acontecimiento es realmente preocupante. El liberalismo puede ser el enfoque más exitoso. Pero en muchas democracias liberales, las personas, especialmente las élites, olvidaron el equilibrio que debe lograrse entre el individuo y la sociedad; lo global y lo nacional, y la libertad y la responsabilidad.
El liberalismo no es un proyecto utópico, es un concepto en constante evolución. Es un enfoque de la convivencia que parte de la supremacía de la acción humana. Pero ese solo es el punto de partida. Para hacer que funcione este enfoque se requiere de una adaptación y un ajuste constantes.
Putin no tiene idea de lo que esto significa: no puede concebir un orden social que no se base en la fuerza y el engaño. Nosotros lo sabemos, pero también tenemos que hacerlo mejor, mucho mejor.