A medida que se intensifica la tensión sobre el comercio en todo el mundo, es común tratar de recordar a los legisladores estadounidenses que el comercio no es un juego de “suma cero”. Por el contrario, los pensadores económicos, desde Adam Smith hasta Paul Krugman, demostraron que al permitir que los países se enfoquen en lo que saben hacer mejor, el comercio puede beneficiar a todos.
La lógica detrás de esta teoría económica es abrumadora y surgió con la experiencia. A pesar de eso, es políticamente irrelevante.
No puede contrarrestar a la faceta tan profundamente arraigada de la naturaleza humana de que todos somos mucho más conscientes de lo que perdemos de lo que ganamos y de que somos realmente reacios a las pérdidas.
Un aumento en el comercio creará tanto perdedores como ganadores. Pero es una certeza virtual que los perdedores serán más visibles. Solo hace falta ver a Estados Unidos (EU) y México: muchos estadounidenses están convencidos de que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de 1994 les provocó grandes pérdidas.
Se podría decir que la sensación de agravio provocado por la caída del sector de fabricación en EU el vacío Rust Belt, (El cinturón del óxido o la franja industrial), de la zona norte del medio oeste hizo que Donald Trump llegará a la presidencia.
Sin embargo, el TLCAN es igual de impopular en México. Para los mexicanos, la injusticia es dejar vacío el campo, el enorme territorio agrícola del país que quedó destruído, según lo consideran, por el TLCAN. La narrativa preside al sur de la frontera es idéntica a la del norte: una élite tecnócrata indiferente socavó las posibilidades de vida de los trabajadores que encarnan el espíritu del país.
La agricultura mexicana tendría dificultades para competir contra cualquiera sin mucha protección. Las reformas agrarias profundamente ineficientes que se aprobaron hace un siglo llevaron a que las granjas se dividieron en pequeños lotes. Durante generaciones, cuando los padres pasaron sus granjas a sus numerosos hijos, los lotes se dividieron y se hicieron aún más pequeños.
Al igual que los obreros estadounidenses, los campesinos son importantes para la visión que tiene México de sí mismo. Abrirlos a la competencia de la industria agrícola de EU implacablemente eficiente y subsidiada marcó el fin para un estilo de vida.
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La antipatía hacia el TLCAN tiene una larga historia. La rebelión de los zapatistas vestidos de negro y con pasamontañas, que se consideraban a sí mismos como los representantes de los campesinos indígenas de México, comenzó el día en que el acuerdo entró en vigor.
El expresidente mexicano, Ernesto Zedillo, acuñó el término globalifóbico para lidiar con una ola de protestas contra la Organización Mundial del Comercio (OMC), que surgieron a finales de siglo. Y fue en la cumbre de la OMC, en el centro turístico mexicano de Cancún en 2003, donde la ronda de Doha, que buscaba una nueva liberalización del comercio, llegó a su fin.
Incluso si los economistas consideran universalmente al libre comercio como una buena idea, entonces, tiene una notable habilidad para convencer a todos, ricos o pobres, de que han perdido. Las pérdidas son palpables y tangibles, el cierre de una fábrica o una pequeña compañía abandonada. Pero las ganancias se atribuyen con menor claridad al comercio, y requieren de un ejercicio contrafáctico.
El Dato.400
de las exportaciones de México dependen del TLCAN
Sin el TLCAN, es posible que no se hubieran creado los trabajos de fabricación en la frontera; las empresas agrícolas tendrían menores utilidades para reinvertir, y así sucesivamente, pero tales ganancias del libre comercio no contrarrestan visiblemente los aspectos negativos.
El comercio es también un chivo expiatorio muy cómodo; nos permite culpar a los extranjeros por nuestras desgracias en lugar de a nosotros mismos. Los trabajadores de una planta cerrada frecuentemente fueron decepcionados por sus gerentes, o sufrieron de una competencia desleal, sobre todo de China en los años posteriores a su ingreso a la OMC.
El hecho político es que en ambos países hubo tanto perdedores como ganadores. En retrospectiva, está claro que se necesitaban fondos de ajuste para volver a capacitar a los trabajadores cuyas habilidades ya no eran relevantes, o para trasladarlos a donde pudieran encontrar trabajo.
En el plano de la política, el problema es casi intratable. México eligió como su nuevo presidente a Andrés Manuel López Obrador, un político de carrera con una fuerte ideología izquierdista, que tiene poco en común con Donald Trump. Sin embargo, ambos llegaron al poder en parte aprovechando las protestas. Si pueden llegar a un acuerdo, convencer a los votantes de que ahora son los ganadores será su reto más difícil.