¿Vengativo? ¿Bromeas?”. Acabo de preguntarle a Michael Ovitz sobre el trato que le dio a sus enemigos durante los 20 años que estuvo como superagente de Hollywood. Creative Artists Agency (CAA), el grupo de talento que lo conquistó todo y del cual es cofundador, tiene el mayor conjunto de clientes de nivel A. Representa a todo el mundo, desde Steven Spielberg y Tom Cruise, hasta Barbra Streisand y Madonna.
También tiene un enorme poder: la antigua frase de Tinseltown (Hollywood) “nunca vas a volver a almorzar en esta ciudad”, podría haber sido escrita por los que se metieron en su camino. “Era muy vengativo”, acepta. ¿Cómo lo justifica? “Mi trabajo era hacer que todos los trenes salieran a tiempo”.
Estamos en Hamasaku, un elegante restaurante de sushi del que es propietario, en el lado oeste de Los Ángeles. Nos reunimos para hablar sobre su libro de memorias que narra su viaje desde su infancia suburbana sin cultura en el cercano Valle de San Fernando (“no fui a un museo hasta que tenía 17 años”), hasta la cumbre de Hollywood en la era previa de #MeToo, y después su derrocamiento en 1997 tras su breve, infeliz y extremadamente lucrativo paso como presidente de Walt Disney.
En persona, al menos, da la impresión de estar más animado después de su apogeo en Hollywood, cuando estaba envuelto en el misterio. Salía de las premieres de películas y fiestas por la puerta trasera, y compraba los derechos de las fotografías que le tomaban para evitar que se volvieran a utilizar.
Vive con su pareja, la cofundadora de Jimmy Choo, Tamara Mellon, y su hija tiene su característico pelo rebelde y su sonrisa con un hueco entre los dientes.
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En estos días, en un guiño como asesor de empresas de tecnología, usa una chamarra y tenis —la vestimenta de rigor de los guerreros de Silicon Valley—, en lugar de los trajes a la medida que usaba en su compañía CAA.
En sus 20 años en la agencia, logró armar éxito tras éxito, entre ellos Parque Jurásico (Jurassic Park), Tootsie, Buenos Muchachos (Goodfellas) y Danza con Lobos (Dances with Wolves). Habla de la agencia como si describiera una campaña militar. “Cuando estaba en CAA, tenía una sola misión: ganar a toda costa. Fuimos ultra competitivos y estábamos en un negocio de servicios, pero mi hipótesis era que no estábamos vendiendo un producto, sino los sueños de la gente… si mostrábamos un eslabón débil, entonces seríamos vulnerables. La vulnerabilidad era un pecado”, dice. El mismo Gordon Gekko no pudo decirlo mejor.
Llegan a nuestra mesa dos tazones de sashimi. Tomo un delicado trozo de atún y pregunto si escribir el libro de memorias fue catártico. Acepta que fue una oportunidad para repasar tanto los fracasos como los éxitos; reconoce que tuvo una gran cantidad de los dos.
Describe cómo irrumpió en Hollywood a través del departamento de correo de la Agencia William Morris, una ruta que tomaron Barry Diller, David Geffen y otros peces gordos de Hollywood. Frustrado de que la empresa fuera demasiado pasiva, en 1974 salió junto con su amigo Ron Meyer —ahora vicepresidente de NBC Universal de Comcast— y otros tres agentes, para iniciar CAA.
Juntos construyeron lentamente un imperio, empezaron en la televisión y luego pasaron al cine, con el objetivo de representar a todos los escritores, directores y estrellas importantes de la ciudad. “No hay conflicto, no hay interés” fue su mantra. Era un modelo muy diferente del que había antes. “Los agentes tradicionales recibían órdenes, así que si yo era tu agente y alguien tenía un trabajo, me llamaban y preguntaban por ti, o me decían que tenían una tarea y, si estabas disponible, te la presentaba”, dice. Las agencias eran como “cámaras de compensación”.
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El Agente añade que “eso era arcaico. Eres un escritor, estás lleno de ideas… ¿Por qué no tomamos esas ideas y les agregamos elementos y luego vendemos todo y permitimos que lo controles? ¿Por qué deberíamos esperar a contestar el teléfono?”.
Ovitz dice que la administración de CAA debería haber llevado de manera más agresiva la empresa hacia otras áreas, siguiendo el ejemplo de Endeavor, una agencia rival que creó Ari Emanuel en 1995 y que hizo grandes derroches en acuerdos, como la compra de William Morris, IMG y Ultimate Fighting Championship, entre otros negocios. “Su tesis es muy similar a la de CAA, que es expandirse a nuevas áreas que puedan servir a los clientes”.
En 2014, la firma de capital privado TPG tomó una participación mayoritaria en CAA. “Estaba sentado en una reunión en San Francisco y uno de los chicos de TPG me dijo que era el propietario de CAA. Fue como meter una aguja en mi ojo. Que CAA permitiera que alguien llegara y comprara la mayoría de sus negocios va más allá de mi comprensión”.
Le pregunto cómo ha cambiado Hollywood en los años que transcurrieron desde que dejó CAA. “Estoy triste porque creo que nosotros experimentamos la última gran parte del negocio del entretenimiento. ¿Cómo compites con estas gigantes franquicias de películas? ¿Cómo puedes estrenar una película como Cuenta Conmigo (Stand by Me) o Gandhi? ¿Quién es una estrella de cine ahora? Ya no hay estrellas”. Tampoco hay un agente con el poder que alguna vez tuvo Ovitz.
Llega la cuenta del restaurante y logro agarrarla. Después de pagar, el hombre que dirigió Hollywood y perdió amigos en el camino comenta: “Si hay algo que aprendí, es que tienes que perdonar y olvidar. Esas son dos cosas que nunca hice en toda mi vida”.