Hay dos historias que se cuentan sobre los millennials que parecen tan diferentes, que no es posible que ambas sean ciertas. Por un lado, las personas que nacieron entre 1981 y 1996 conforman una generación que dice “YOLO” (you only live once en inglés, o solamente vives una vez), mientras se suben a un Uber en lugar de un autobús, beben ginebra artesanal y planean sus próximas minivacaciones.
Por el otro, representan una generación que llegó a la mayoría de edad en medio de una crisis financiera mundial; beben menos, fuman menos y estudian más. Se aferran a una seguridad laboral y se preocupan porque nunca van a ser dueños de sus propias casas. En este momento, las dos historias se utilizan como cachiporras en una disputa interminable entre los millennials y los baby boomers.
Los millennials dicen: pagamos el precio de una crisis global que no provocamos. Los boomers dicen: es difícil tomarte en serio, cuando te gastas tu sueldo en un aguacate untado en un pan tostado.
La evidencia de los hábitos de gasto de los millennials es real. Pero es un error de los críticos de esta generación considerar que su entusiasmo por nuevos productos y servicios es una prueba de que los jóvenes tienen vidas decadentes. Al igual que cada generación, los millennials no son iguales.
Y al igual que cualquier grupo de edad, la gente en la parte superior con el mayor poder adquisitivo es la más visible e influyente. La mayoría de los 1,800 millones de millennials hay en el mundo no gastan 9 dólares en un gin tonic artesanal.
Lo mejor es revisar los datos. Incluso en un país rico como Reino Unido, en promedio los jóvenes son más austeros. En 2001, las personas entre 25 y 34 años de edad gastaron en bienes y servicios distintos a los de vivienda, más o menos la misma cantidad de dinero que las personas de 55 a 64 años.
Ahora, los grupos más jóvenes gastan 15% menos. El segundo error es suponer que el gasto generalizado en taxis y vacaciones es evidencia de que los millennials tienen el dinero para pagar por lujos caros.
Las aerolíneas de bajo costo, Airbnb y Uber hicieron que este tipo de servicios fueran mucho más baratos. Pero si bien los lujos se han vuelto más asequibles, los componentes esenciales de una vida —vivienda y educación—se han vuelto mucho más caros. Como una mujer de 31 años dice: “ustedes tienen casas y nosotros tenemos un mejor champú”.
¿Los millennials tienen razón de sentirse agraviados por la vivienda? Las tasas de propiedad de vivienda para jóvenes están en descenso desde hace décadas, debido a que los precios de las casas se separaron de los ingresos. Pero los jóvenes sufrieron dos grandes golpes a raíz de la crisis financiera de 2008.
En primer lugar, el Banco de Inglaterra redujo las tasas de interés y lanzó la expansión cuantitativa. Trataba de apuntalar la economía, en parte al apoyar los precios de las casas.
En un documento de trabajo reciente que realizó el personal del grupo financiero, se examinaron las consecuencias de distribución de sus acciones, que no impidieron que cayeran los precios de la vivienda, pero limitaron la caída.
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En el documento se concluyó que las personas de veintitantos años fueron los perdedores relativos, mientras que cualquier otro grupo de edad resultó el ganador. Al mismo tiempo, los jóvenes se enfrentaron a otro obstáculo posterior a la crisis: en un esfuerzo por hacer que el sistema financiero fuera más seguro, los reguladores limitaron cuándo podrían prestar bancos a los compradores de vivienda.
De repente, muchos jóvenes necesitaban depósitos mucho más grandes para comprar su primera casa, por eso los sacaron del mercado. En otras palabras, los jóvenes —que no tienen la culpa en lo absoluto de la crisis— cargan con los costos de reparar la economía que todos los demás echaron a perder. Sin embargo, los baby boomers tienen razón sobre una cosa: los millennials deberían dejar de quejarse de eso. Muchos de nosotros ahora estamos por terminar nuestros 20 o 30 años. Ya no carecemos de poder y ya no somos tan jóvenes.
Dejemos de gastar energía en este argumento con los boomers, que nos coloca en una posición de ser casi adolescentes. En su lugar, debemos de encontrar la manera de solucionar lo que salió mal. Flexibilizar los estándares de crédito para ayudar a más millennials a comprar casas podría ser un método.
Pero eso los dejaría con un alto grado de apalancamiento y expuestos a una caída de precios, justo en el momento en el que los bancos centrales comienzan a elevar las tasas de interés. Sería mejor construir más casas en áreas de alta demanda, incluyendo más vivienda social, y volver a equilibrar los derechos de los inquilinos frente a los propietarios. Millennials: es hora de mostrar su músculo político. No se enojen, desquítense.