De niña, Mirta Karelli Bermúdez (Ciudad de México, 1980) vendía sus apuntes a los “revoltosos del colegio” y el dinero obtenido lo invertía en una transacción poco común: compraba a su hermana tiempo para ver la televisión, ya que sus padres eran muy estrictos con el tema y solo les permitían verla una hora al día.
Esa menor inteligente para los negocios es hoy gerente de Comunicación Externa de Heineken México; se define como una mujer exitosa y agradece todos los días por tener la oportunidad de hacer lo que más le gusta.
¿Quién es Mirta Karelli y cómo se define?
Una apasionada de construir positivamente las historias de las marcas, compañías y personas con las que colaboro.
¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de su infancia?
La primera vez que mi madre detectó mi vertiente de “asesor del universo”, porque decidí cómo debíamos organizarnos mis primas y yo para hacer una buena negociación con Los Reyes Magos. Logramos dividir en cinco cartas el universo de las Barbies para tener todas las muñecas en lugar de quedarnos con la misma.
¿Recuerda cuál fue su primer trabajo remunerado?
Fue en el colegio. Vendía mis apuntes; tenía el don de hacer los mejores cuadros sinópticos, que eran sencillamente espectaculares. Me llevaba con algunos revoltosos, es decir, con los que no tomaban apuntes en clases, pero yo sí. Y me los compraban en cinco y 10 pesos dependiendo si querían todo el cuaderno.
¿Qué hacía con el dinero?
Normalmente lo iba juntando para comprar dulces.
¿Veía televisión?
En mi casa había reglas muy estrictas respecto a ver televisión. Teníamos una hora asignada; no podías verla todo el tiempo; entonces, en ocasiones, compraba algún programa que no salía en la hora que tenía asignada. Le compraba el espacio a mi hermana. Recuerdo que el primero que compré fue Candy Candy, que salía en una hora en la que yo no tenía derecho a verla y le pagué la hora a mi hermana. Éramos buenas negociando.
¿Cuál es el mejor recuerdo de su vida universitaria?
Hay muchos. Soy ñoña y realmente disfruté mucho la escuela en todos los niveles. Antes de estudiar Relaciones Internacionales estuve mucho tiempo emocionada con ser abogada fiscalista y en el proceso descubrí que había muchas otras ramas que me interesaban y no quería renunciar a ellas. Uno de los mejores diálogos que he tenido fue con el rector de la universidad en la que terminé: me dejaron ir a clases antes de que decidiera. Entré muy chiquita, ni si quiera era mayor de edad; me presentaron gente que ya trabajaba en las carreras que me gustaban. La universidad fue una gozadera, soy muy afortunada, estoy rodeada y creo que siempre he estado de gente muy luminosa guiando mi camino.
¿Qué se siente ser una mujer exitosa en su profesión?
Me interesa más ser una mujer realizada, porque el éxito a veces nos pone mucha brillantina innecesaria. Creo que soy exitosa porque todos los días me recuerdo que disfruto ampliamente lo que hago y que mi futuro está en mis manos, que no dependo del ánimo de alguien más, sino que elijo todos los días qué quiero construir y me he demostrado de muchas formas que sí está en mis manos lograrlo.
¿Algún pasatiempo?
Es una cosa fabulosa, un trabajo colateral. Hace muchos años empecé con modelos de Mentoring. Creo poderosamente en la fuerza del lenguaje, llevo muchos años trabajando en curaduría del discurso positivo y te das cuenta de que en la medida que vas sembrando mucho más discurso positivo para otros, el cambio que ves en cualquier persona con la que compartes ese consejo, es sin duda innegable.
“Ves cómo lo aplican en su día a día y la conexión que tienen con alguna audiencia. Es como si fuera luz en todos los aspectos y eso lo hago en mis tiempos libres: comparto el conocimiento que ya adquirí, que en algún momento alguien más ha compartido conmigo, con otros: directivos, en diferentes industrias, diferentes países, de diferentes formas para que cada vez más vayamos construyendo mejores discursos, porque hay muchos discursos nocivos por la vida”.
¿Algún gusto culposo?
Te lo digo, pero no lo repitas. Me gusta la música electrolatina de todo tipo, tengo un juego con mis equipos de trabajo: lo que hacemos es recitar música reguetonera como poesía, doy un premio cada año a quien logre hacerlo, las reglas básicas son: recitar la canción de reguetón como poesía y no reírse.
Qué está leyendo?
Gente que sume, que es un compendio sobre la vida, el amor y el liderazgo.