Mientras Theresa May, sobria y seria, se preparaba para asumir el cargo del culpable casual, David Cameron, como la segunda primera ministra del Reino Unido en 2016, hubo sentimientos de comprensión y agitación entre las mujeres de Westminster.
Verla fracasar fue doloroso para las cámaras que se detuvieron en esas lágrimas finales de May. Parecía una venganza demasiado gratificante contra una mujer a la que a menudo se le criticó por ser como un robot, incapaz de mostrar algunas señales de vulnerabilidad antes de ese momento de derrota.
Caray, vaya que lo arruinó. Pero la tarea de entregar el Brexit mientras al mismo tiempo se trata de mantener unido al país y al partido, parecía sacado del manual de “un acantilado de cristal”, una situación imposible que una mujer tenía que manejar, mientras que los hombres sensatamente se mantenían alejados.
Escocia, mientras tanto, ya tenía a una mujer al mando. Cuando asumió el cargo en 2014, la primera ministra Nicola Sturgeon esperaba refiriéndose a su sobrina, que observaba desde la galería en Holyrood enviar “un mensaje fuerte y positivo a todas las chicas y jóvenes mujeres en toda nuestra tierra: no debe haber límites para sus ambiciones”. Ella continuó: “Si eres lo suficientemente bue- na y trabajas lo suficientemente duro, el cielo es el límite”.
Pero a principios de este mes (como resultó, solo unos días antes de la destitución de May), Sturgeon fue sincera en una entrevista en la radio sobre su temor de caer desde estas grandes alturas. Ella admitió que experimentaba el llamado “síndrome del impostor”, la ansiedad por quedar expuesta como un fraude.
“Cada vez que me presento en el Parlamento escocés, hago una entrevista televisiva o participó en un debate por este mismo medio, me siento vulnerable, porque en un abrir y cerrar de ojos simplemente podría caer y hundirme”.
Otras mujeres de alto perfil discutieron este fenómeno de vértigo profesional, la exprimera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, y Sheryl Sandberg, de Facebook, son dos ejemplos más. “No mires hacia abajo”, es el consejo habitual. Escuché por casualidad la misma recomendación en un tono de apoyo, pero divertido, que expresó un hombre a una amiga la semana pasada, mientras explicaba una promoción inesperada cuando un jefe se marchó y ella quedó en el cargo.
Es una instrucción tentadora y simple: no admitas la posibilidad de fracasar y no habrá ninguna humillación de una caída en picada. A veces es conveniente. Un colega masculino me regañó cuando era más joven: “No seas tan niña: por supuesto que puedes hacerlo”, dijó.
Las mujeres no siempre se dan entre sí este tipo de consejos, quizás somos más conscientes de lo fácil que sería resbalar, caer y no recibir una segunda oportunidad. Por lo tanto, la decisión de Sturgeon de “mirar hacia abajo” públicamente mientras aún se encuentra en el gobierno, en una gira de presentación de libros o al ofrecer pláticas, provocó una gran conmoción. “¿Dirige un país y hasta ella lo siente?”, dijo un colega, con incredulidad. Una amiga indignada exigió saber por qué esta pregunta solo se le hace a las mujeres líderes.
Quería saber si alguna vez se les pregunta a los políticos masculinos rebosantes de exceso de confianza, como Jeremy Corbyn o Boris Johnson, si padecen esta supuesta aflicción psicológica. Una nueva serie documental de la BBC2 sobre la primera ministra de Gran Bretaña, es reveladora a este respecto. Las imágenes que datan de años antes de que la joven Margaret Thatcher se convirtiera en la líder conservadora y primera ministra demuestran, con acento y lenguaje anticuados, una obsesión similar de explorar los niveles de dudas de una mujer.
Elogiada por su valentía al hablar en la Cámara de los Comunes, Thatcher dijo que normalmente estaba “tan asustada como un gatito, es solo que de alguna manera logras controlarlo”. Lo controló, es lo que hizo: en el mismo programa, hablo de ponerse “una especie de armadura” para hacer frente a los rigores de la política. Sin embargo, después de más de una década en el poder, y de construir su reputación como la Dama de Hierro, Thatcher también se vio reducida a las lágrimas por su caída del poder en 1990.
El apodo era tan útil para ella, como lo fue para May ser calificada como “una mujer endemoniadamente difícil”. Puedes escuchar a Sturgeon en esa entrevista de radio tratando de trazar un camino a través de estos dos extremos: una excesiva asertividad cultivada para demostrar su fortaleza frente a una involuntaria ruina emocional. Algunos verán debilidad en su admisión, o incluso considerarán que “los defraudó”. Pero probablemente es una conversación que a muchos hombres les gustaría tener también.