Votantes de Trump no se arrepienten de nada

Son negros, ricos, pobres, universitarios, no solo blancos y de bajo nivel educativo.

Trabajadores manufactureros mostraron su apoyo al empresario durante la campaña electoral.
Patti Waldmeir
Wisconsin /

Robin Moore no es desempleada, tampoco es obrera en una fábrica; no es hombre blanco y su extenso rancho se encuentra en uno de los condados más ricos de Wisconsin. Definitivamente no lucha para sobrevivir.

Es una consultora de vino que se gana la vida vendiendo Pinotage al tipo de personas que hicieron a Trump presidente, casi igual de seguro que los hombres del Rust Belt (Cinturón del óxido) con grasa en sus camisas: a mujeres blancas, educadas y con dinero, quienes ayudaron a entregar los estados clave del Medio Oeste a un republicano por primera vez desde la década de 1980.

Mujeres estereotipadas como esta ex consultora de tecnología de 53 años, de vestir elegante y apariencia juvenil, hicieron tanto por elegir al presidente como las personas a las que comúnmente se les acredita su victoria: hombres blancos sin educación universitaria.

Ellos ayudaron a impulsar una de las conmociones políticas más grandes de la historia moderna de EU. Y ahora, lo que ellos piensan importa más de lo que ha sido en décadas: porque Trump los escucha, y porque su jefe de gabinete, Reince Priebus, y el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, provienen de la misma zona de bosques del medio oeste que Moore, los extensos suburbios de Milwaukee, que tienen problemas raciales y han visto mejores épocas. Pero los votantes como Moore, personas reflexivas, que se expresan bien y que contrastan con el candidato bravucón, escandaloso y políticamente incorrecto se pueden encontrar en todo EU.

Las encuestas de salida muestran que quienes dieron la victoria a Trump son de todas edades y profesiones: enojados, temerosos o frustrados. Eran hombre comunes y estaban en todas partes.

La base de Trump desafía la generalización acerca de lo que va a hacer ahora el presidente electo para lijar los bordes ásperos de sus promesas de campaña más extremas, desde el Obamacare hasta la inmigración y el intento de encarcelar a Clinton.

“Hubo cosas que se dijeron en la campaña que no se toman literalmente”, dice Moore, quien afirma que no tiene remordimientos. El control de la frontera es una prioridad, dice, relajándose en su porche mientras hierve a fuego lento pollo al chili con alubias blancas. Toma su tiempo para disculparse por el hecho de que sus alfombras todavía están húmedas porque el día anterior las limpiaron inmigrantes. “Pero si es un muro, si es una valla... tal vez si solamente se refuerza la Patrulla Fronteriza, tal vez eso es todo lo que se necesite”, dice.

Al igual que muchos simpatizantes de Trump, lo tomó en serio, pero no de forma literal. Espera que él tenga el compromiso de hacer las cosas. Esta es una “tierra de paso”; una tierra de centros comerciales y campos de maíz, campos de tiro y de golf, un pedazo rústico de Estados Unidos entre las costas donde está la élite y son menos conservadores. Waukesha County, siempre un bastión republicano, votó por Trump por un margen mayor de lo normal (2 a 1) en las elecciones del 8 de noviembre, con lo que ayudó a otorgar la mayoría de votos de 27,000 que puso en la cima a Trump en Wisconsin, donde el voto demócrata cayó 6.6 por ciento.

La pobreza en el condado es cerca de un tercio de la tasa nacional, el desempleo es poco más de la mitad y la proporción de inmigrantes es pequeña. Sin embargo, la inmigración y los empleos se mantienen como temas principales para los electores locales. Este es un lugar en el que la pérdida del privilegio blanco en las últimas décadas tocó un nervio para Moore y para muchos partidarios de Trump.

Katherine Cramer, experta de la Universidad de Wisconsin, dice que muchos sienten “que el sueño americano se les va de las manos... porque las minorías y los inmigrantes se unieron a la fila”. Pero Moore rechaza la idea de que lo que realmente motivó el apoyo a Trump en el Medio Oeste fue racismo puro, una acusación con la que a menudo se tacha al presidente electo y sus partidarios. “Estoy cansada de que me digan racista solo porque no voté por el primer presidente negro. No lo soy. Sería feliz de que Condoleezza Rice fuera mi primera mujer presidente de raza negra”.

Siente que en la actualidad los blancos son víctimas del racismo tanto como los negros: se traba cuando recuerda cómo su esposo, sin trabajo durante dos años, no logró obtener empleos como profesor o como bombero porque contrataron a gente no blanca. Culpa directamente al presidente Barack Obama de lo que considera una atmósfera racial. “La única vez que habló contra un acto violento fue cuando una persona blanca atacó a otra negra”, dice, y señala que hace cinco años multitudes de jóvenes negros atacaron a blancos en la Feria Estatal de Wisconsin.

Moore, descendiente de inmigrantes suizos, dice que sus ancestros “llegaron aspirando a ser estadunidenses”, pero le molesta que algunas personas que entran más recientemente no quieren asimilarse. “Tengo un problema con la gente que entra ilegalmente, porque abusa de nuestro sistema de salud, se le dan cosas que otras personas obtienen con trabajo, prestaciones de seguro social, que se les pague a escondidas y que no paguen impuestos”. “Quiero que mi gobierno me deje en paz. No quiero que haga por mí lo que puedo hacer yo misma”, dice Moore.

Al hablar como una verdadera republicana reaganiana, dice que Trump ni siquiera necesitará dos periodos para lograr hacer todo. “Logrará hacer en cuatro años las cosas que dijo que iba a hacer”

A través de la coalición de Trump, desde el piso de las fábricas hasta las bodegas de vinos, los partidarios del empresario apuestan que para el Medio Oeste será un nuevo mañana gracias a su victoria, y mucho antes de lo que alguien puede imaginar.



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