Por: Sylvie Didou Aupetit
Ilustración: David Peón, cortesía de Nexos
En un país en el que, según el CONEVAL, el 45.6% y el 7.6% de la población se encontraban en situación de pobreza y pobreza extrema en 2016, mejorar la equidad educativa, procurando embonar accesibilidad con calidad, es una asignatura pendiente sobre todo en preescolar y en educación superior. Pero hacerlo de manera apresurada, sin anticipar la propensión de los establecimientos de nueva creación a la precariedad, implica el peligro de generar decepción y frustración en quienes depositaron su aspiración a mejorar su calidad de vida en la adquisición de conocimientos, competencias y habilidades. ¿Justifica el empeño por demostrar rápidamente resultados en el cumplimiento de un compromiso toral del presidente en materia de educación superior correr el riesgo de defraudar las esperanzas de los más desprotegidos?