Por: Alejandro Anaya Huertas
Ilustración: Gonazlo Tassier, cortesía de Nexos
Un anacronismo que “ni trabaja ni hila”; parece un tanto severo pensar que un perro no es más que eso. Y la de Bierce no es, desde luego, la primera concepción poco favorable acerca de este animal. Permítaseme remitirme al fragmento de una vetusta obra de sabiduría griega, persa e islámica y que, por cortesía de los “Hermanos de la Pureza” (Ijwān al-Ṣafā’), amalgamaron en “La disputa entre los animales y el hombre”. Así, los “Hermanos” sostienen: “…Sólo empujó a los perros a la vecindad del hombre y a entrar en tratos con él la afinidad de sus caracteres y cualidades, las cosas deseables y agradables de comer y beber que hallaron entre ellos, la avidez, glotonería y avaricia que hay en sus naturalezas y otras cualidades vituperables parecidas que existen también entre los hombres y de las que están libres las fieras… La ruindad, la miseria, la pobreza, la vileza y la codicia se hallan reunidos en ellos, pues cuando ven en manos de hombres, mujeres o niños, un mendrugo de pan, una fruta o un bocado, ¡cómo están deseosos de esto y siguen meneando el rabo, moviendo la cabeza, dirigiendo la mirada a las pupilas hasta que alguien siente lastima y les arroja algo, entonces verás como se apresuran a cogerlo, temiendo que otro se les adelante! Todo esto son caracteres reprobables que existen en el hombre y en los perros. La afinidad de dichos caracteres y naturalezas es la que empujó a los perros a separarse de los de su especie, las fieras y a buscar refugio entre los hombres, convirtiéndose en ayudantes suyos contra los de su misma especie”.