Por: Walid Tijerina
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
El 19 de julio de 1928 llegó a Turi, pueblo italiano ubicado en la ciudad de Bari. Ahí estaba la cárcel para opositores políticos que padecían alguna enfermedad crónica. Al momento en que llegó a la prisión, recibió su número de identificación de preso, 7047, y fue colocado en una celda con otros cinco presos políticos. Se le permitió escribir a sus familiares cada quince días, pero era el único momento y la única razón por la cual podía plasmar sus ideas o pensamientos en papel. El procurador del gobierno lo había dejado claro durante su audiencia final: “debemos impedir que su cerebro funcione por los siguientes veinte años”. No sería sino hasta enero del siguiente año en que Antonio Gramsci recibiría permiso (y materiales) para pensar en tinta y papel, y escribir lo que eventualmente se convirtió en sus Cuadernos de prisión.