Por: Soledad Loaeza
Ilustración: David Peón, cortesía de Nexos
Ni Fidel ni el Che están más con nosotros, y a la Revolución cubana se la ve como dice el tango: “Flaca, fané y descangallada”. Pero durante la visita del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, el gobierno mexicano quiso mirarla con ojos de enamorado, y así la celebró, como si esperara movilizar con ella el entusiasmo de una opinión pública que empieza a darle la espalda así no sea más que por hartazgo. Además, es muy probable que la causa cubana le sea ajena a una proporción muy alta de la población que nació después de 1961-1962; y que a muchos de los nacidos en el mundo globalizado el tema de la soberanía los deje perfectamente fríos. El anacronismo de la postura mexicana que hoy busca un liderazgo internacional que al inicio del gobierno Andrés Manuel López Obrador despreció es notable cuando habla de soberanía, porque ignora todo lo ocurrido en sesenta años. La reforma o desaparición de la OEA se ha planteado repetidamente desde 1962, la disyuntiva a la que se enfrentan los latinoamericanos no es reforma o revolución, sino democracia o autoritarismo. En el mundo globalizado de hoy, el presidente mexicano busca todo tipo de soberanías: alimenticia, medicinal, energética. Los vínculos que ha generado la globalización no pueden cortarse tan fácilmente como se hizo cuando se canceló la construcción del aeropuerto.
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