Por: José Luis Lezama
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
En Egipto se dieron cita lo mismo los depredadores de la naturaleza y sus preciados recursos, que los redentores, los sabios y expertos con sus soluciones en pro de la racionalidad y la eficiencia. También estuvieron presentes los símbolos de la farándula mediática como Al Gore, que en este caso pudo aprovechar el espacio dejado por el otrora príncipe Carlos de Inglaterra, hoy impedido por su estatus de rey de uno de los imperios del capital para actuar con el insufrible melodrama al que nos tenía acostumbrado en las pasadas cumbres, donde a cada momento aparecía desgarrándose las vestiduras por la felicidad y la salvación del planeta. Todo un show aburrido, símbolo de una profunda decadencia, una dramatización y una sobreactuación de personajes, más bien deseosos del prestigio y la distinción social que les significa la causa ambiental para no sólo ser, sino sobre todo aparecer, como parte del selecto grupo de los privilegiados convocados por alguien o autoconvocados a la gran fiesta anual en pro de la más noble causa: evitar con su presencia el colapso del mundo y sus alrededores.