Por: Martha Susana Esparza Soria
Ilustración: David e Izak Peón, cortesía de Nexos
En 1990 se emprendió el Proyecto Genoma Humano, partiendo del dogma central de la biología molecular que decía que la base material de la variación biológica heredable eran los genes que se encontraban enrollados en largas hebras que formaban el ADN; es decir, que los genes eran los portadores de información codificada que era descifrada por las células a través de la síntesis de proteínas. La idea general era que un gen corresponde a la secuencia de ADN que codifica una proteína que cumple una función concreta. Se pensaba que, si hay alrededor de 90 mil proteínas codificantes, el número de genes debía ser aún mayor. Las expectativas de los científicos eran enormes. Se esperaba un recuento de más de 150 mil genes. Los primeros borradores del proyecto, que se publicaron a principios del siglo pasado, abrieron una caja de pandora que sorprendió a la comunidad científica: la cifra de genes que codificaban para una proteína era de alrededor de 35 mil, muy lejos de lo que se estimaba; el resto parecía no tener ninguna función relevante, y se le denominó como “ADN basura”. Los estudios han ido revelando que esa cifra es aún más pequeña, de alrededor de 25 mil genes.