Por: Samuel Revueltas Ortega
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Cuando Javier llegó a México en mayo de 2022 creyó que su objetivo estaba muy cerca, pero han sido once meses tormentosos; logró evadir a los agentes en el puente fronterizo de Suchiate, pero se los topó en el centro de Tapachula, en una redada, donde fue despojado de sus documentos. “Llegué con dos mil y algo (dólares) los llevaba en partes, mitá y mitá, no llevaba toda la plata junta, una metida entre las bolas y la otra normal en la mochila; se llevaron parte de la plata, mis documentos y me llevaron al encierro”. Nunca había estado en una cárcel, Javier lo describe así, como una prisión, aunque técnicamente no lo es: sin agua, sin poder comunicarse, con alimentos racionados y en descomposición, amontonados en celdas y con la incertidumbre de ser deportado, de fragmentar tres años de trabajo, con el miedo de ser devuelto a Venezuela. “No sólo la violencia con la que te agarran y te someten; adentro hay furia, hay pleitos, todos quieren salir”. Al preguntarle si está enterado del incendio en un centro de detención en Ciudad Juárez, Chihuahua, que dejó un saldo de 39 muertos y 28 heridos, Javier responde: “¡Hermano, pude ser yo!”.