Por Angélica Ospina Escobar
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
Una de las principales consecuencias que encontramos de la creciente participación de las mujeres en los grupos criminales es una repetición intergeneracional de vínculos con el crimen. Las hijas e hijos de estas mujeres son presionados por los grupos criminales a que se unan a sus filas, en ocasiones deificando la figura de sus madres y sus experiencias dentro de la organización. El impacto para aquellos cuyas mamás han sido detenidas o asesinadas es de múltiples niveles. Normalmente no tienen redes de apoyo adulto que los ayude a procesar la pérdida de su cuidadora principal, ni recursos económicos para garantizar que tengan acceso a servicios básicos. Adicionalmente, estos menores enfrentan estigma y discriminación en sus familias y comunidades por la vida criminal de sus madres, lo que con frecuencia resulta en problemas de comportamiento, que a su vez aumentan la discriminación en contra de ellos. Los adultos que están en posición de ayudar a los menores son con frecuencia negligentes, y los pequeños se aíslan aún más. En estas condiciones, nuevamente los grupos criminales aparecen como benefactores, repitiendo la historia de sus madres.
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