Por: Ricardo López Si
Ilustración: Pablo García, cortesía de Nexos
El ascenso al trono de Berlusconi estuvo siempre vinculado con su desmesura como personaje, su proclividad a los sobornos, creatividad para maquillar balances financieros e irrefrenable apetito sexual. Su fortuna se cimentó en la esfera inmobiliaria, pero su gran jugada política fue haber terminado con el monopolio de la televisión pública en Italia, al desarrollar una red de canales televisivos de cobertura nacional. Eso le permitiría más tarde comprar acciones del periódico milanés Il Giornale, para después fundar el holding financiero Fininvest y Mediaset —hoy parte de MFE-MediaForEurope—, gigante de medios y comunicación especializado en la producción y distribución de contenidos para la televisión pública y privada. En paralelo se haría de la editorial Mondadori, la agencia publicitaria Publitalia y la revista Panorama. Todo este precedente, aunado a los bonos que le dejó haber construido ciudades satélite de lujo, le convirtió en el mejor personaje posible para comprar a un Milan deprimido que cargaba con el estigma de haber descendido dos veces a Serie B, que había sido eliminado de la Copa UEFA por el Zulte-Waregem de Bélgica y cuyo presidente se había fugado a Sudáfrica para evitar una condena en prisión por evadir impuestos.