Por: Natalia Mendoza
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
En el cine, la literatura y las tradiciones orales del Lejano Oeste, la sed es el signo más claro y constante de la pequeñez humana frente a la naturaleza. El desierto, a diferencia de otros paisajes, se impone siempre de manera impostergable sobre el cuerpo, no pasa nunca a un segundo plano. La sed es el costo de salirse, de atravesar los límites de lo conocido. La fiebre, por su parte, es la fuerza motriz, es la ambición delirante asociada sobre todo con el oro, pero que caracteriza a todas las economías extractivas de frontera. Las historias de auges repentinos, desde el algodón hasta el narcotráfico, crean la sensación de que se está en una tierra abierta, en donde una combinación de suerte y esfuerzo terminan por redituar.