Por: Ángeles Mastretta
Ilustración: Gonzalo Tassier, cortesía de Nexos
Alguna vez, tras un segundo que me detuvo inerme en la avenida Juárez, apareció como de la nada un dicho de mi abuela: “En México siempre hay que cruzar la calle viendo para los dos lados”. Nunca tan necesaria la contundencia de la mamá de mi madre. Aquí los coches pueden salir de cualquier parte, aparecer, sin más, en sentido contrario. Las señales sólo son sugerencias. Como las leyes. Pienso en ella haciendo su recomendación y nos recuerdo detenidas en el crucero de la Once Poniente y la Quince Sur. Yo iba empujando su silla de ruedas hacia nuestra casa que estaba al otro lado de la suya. Eran calles tranquilas como el ocio, pero las interrumpía de repente el torbellino de un camión de redilas con chasis para pasajeros. Remembranzas así, cuando la vida va de prisa sólo asaltan unos segundos. En cambio ahora, en todos estos meses de abigarrada lentitud, los recuerdos no necesitan estímulos, acuden porque sí, son como la marea, los mueven la luna o el sol del invierno en el valle sin lagos al pie de unos volcanes que nunca vemos.