Por: Diego Gómez Pickering
Ilustración: David Peón, cortesía de Nexos
“¡Libérennos, África llora!”, se lee en una manta de algodón blanco que dibuja el contorno del continente negro. Otra media docena de mantas y cartones pintados a mano colorean el centro de Tapachula. Estamos a finales de agosto y el oprobioso calor húmedo de la ciudad chiapaneca no da tregua. Como tampoco la dan los casi siete mil migrantes de origen subsahariano, de acuerdo con estimaciones de la Subsecretaria de Derechos Humanos y Migración federal, que se encuentran varados en el extremo sur de nuestro país, en una especie de limbo, casi tan insufrible como el camino que les ha traído hasta ahí y tan insoportable como las distintas situaciones en sus lugares de origen que en un principio los animaron a buscar un futuro distinto. “Esto no es de Dios” grita con una mezcla de desesperación, angustia y coraje una joven congoleña madre de dos, que se hace llamar Anita.