Por: Darío Ramírez
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos
López Obrador no es un ciudadano común y corriente. Su ejercicio de la libertad de expresión no puede ser otro que el del presidente de la república. Sus palabras, dichos, ideas y expresiones tienen un efecto directo entre sus gobernados. La Corte Interamericana de Derecho Humanos ha confirmado que el umbral de libertad de expresión de los servidores públicos es diferente al resto de la población. En un país de estridencias es difícil escuchar a alguien que sostenga una idea diferente a la nuestra. En ese punto estamos en México. Gritos por doquier y nulo diálogo y debate que ayude a construir un mejor México. La legitimidad del presidente y el apoyo del que goza entre un amplio sector de la población son innegables, y eso es digno de celebrarse. Sin embargo, criticar al presidente también es parte importante de la democracia. La opinión de los millones de electores que no están de acuerdo con su política es igual de importante que aquella de quienes sí están de acuerdo con ella.