Por: Francisco Blancarte Jaber
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Prohibir la comida chatarra podría parecer algo absurdo. Pero muestra las tensiones bioéticas subyacentes en el debate sobre la prohibición del tabaco. Si alguien tiene la edad y la madurez suficientes para tomar decisiones sobre su salud, ¿no tiene derecho a decidir? Incluso si no es una decisión sensata, ¿tenemos derecho a tomar decisiones no saludables? Es precisamente este tipo de preocupación ética la que parece faltar en las discusiones sobre las prohibiciones propuestas sobre el tabaco y su alternativa a la nicotina, el vapeo. Este no es un argumento a favor de una ausencia total de regulación. Tampoco es una defensa de un Estado libertario donde la salud pública colectiva se delega únicamente a la esfera individual. Sin embargo, es una sugerencia de propuestas alternativas de salud pública. Un enfoque reforzado en los determinantes sociales de la salud no sólo daría resultados más eficaces en la lucha contra la adicción, sino que también lo haría sin restringir las libertades individuales. La “Iniciativa Libre del Tabaco” de la OMS toma en consideración dichos determinantes (entre ellos la educación, el bienestar social y económico y otras medidas de desigualdad) para formular sus propuestas de salud global. Como último ejemplo, un informe publicado en 2019 por el Instituto Noruego de Salud Pública mostró que el porcentaje de fumadores en todos los países nórdicos (Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca) era hasta cuatro veces mayor para las personas con solo educación preparatoria que para las personas con educación superior y posgrado.
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