Por: Rodrigo García Reséndiz
Ilustración: David Peón, cortesía de Nexos
Las primeras noches le fue difícil conciliar el sueño, cualquier sonido la despertaba y a veces se pasaba la noche en vela, rogando porque se hiciera de día lo antes posible. Le tomó 15 días saber a qué se enfrentaría cada noche: gatos, borrachos, arrancones, patrullas y ambulancias. Hizo cambios para dormir mejor. Aprendió de alguien más en su misma situación que es importante rotar las calles para que no siempre la vean en el mismo lugar, policía y maleantes están al acecho por igual; compró un cubreasiento de hule espuma para sentir menos los resortes en sus costillas, así como una almohada de viaje para cuello; también empezó a tomar media anforita de Anís Mico que la relajaba y mediaba entre su miedo y la oscuridad. Incluso imprimió un letrero para que no confundieran su auto con uno abandonado y evitar que éste fuera remolcado. Mintió para hacerlo más creíble: “Este carro no está abandonado. Pertenece a una persona de la tercera edad que por la pandemia no puede estar saliendo a moverlo”.