Por: Víctor Hernández Marroquín
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
Es frecuente que en el campo de la ciencia se hagan afirmaciones basadas no en garantías lógicas, sino en cuál es la mejor posible explicación para un suceso. Este tipo de razonamiento es llamado “inferencia a la mejor explicación” o “abducción”. Supongamos que un día descubrimos que alguien se comió la última galleta del paquete. Casi de inmediato pensaríamos que el posible culpable es la persona con la que vivimos. Entonces, le mandamos un mensaje de texto. Esta persona sugiere que tal vez fue un grupo de ratones. “O algún pájaro”, añade. Vemos algunas migajas que llegan hasta la ventana, que se encuentra abierta. “O quizá somos víctimas de una conspiración internacional que se infiltra en las casas para robar la última galleta del paquete y volver locos a los ciudadanos promedio”, respondemos. “Sí, quizá”. ¿Cuál es la mejor explicación? Los ratones, el pájaro extremadamente listo o la conspiración internacional son explicaciones viables, porque todas encajan con la evidencia que podemos ver. Pero son explicaciones más complicadas y sorprendentes que la posibilidad de que la persona que vive con nosotros se haya comido la galleta y esté mintiendo. No podemos descartar lógicamente las otras tres, porque no conocemos todo sobre las capacidades cognitivas de los mamíferos, ni de las aves, ni sobre los alcances u objetivos de las organizaciones de espionaje internacional. Pero en vista de lo que sí sabemos y de las evidencias disponibles, podemos elegir una explicación que nos deje más satisfechos que las otras.
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