Como en el viejo oeste

Ciudad de México /

Por todos los medios nos enteramos de los aterradores hallazgos de restos humanos en bolsas de plástico, en fosas clandestinas, y lo mismo sucede en colonias populares que en las playas, en caminos, en carreteras transitadas o en parajes solitarios.

Nuestro periódico y noticieros MILENIO todos los días nos presentan el dramático escenario en el que estamos presenciando uno de los más desastrosos manejos de la política interior en cuanto a seguridad pública se refiere.

Autoridades federales, estatales y municipales se atribuyen responsabilidades, omisiones, incapacidades e indolencias. Cada una en el respectivo ámbito de sus competencias, atribuciones y jurisdicciones tiene su propia responsabilidad pero mientras, sufrimos los ciudadanos las consecuencias de su incapacidad o sus arreglos con el crimen.

Estamos regresando a los tiempos del viejo oeste norteamericano; a las épocas que nos recrean las películasde los sesenta, es decir al siglo XIX en California, Nevada, Arizona, Wyoming, Kansas, Texas y Nuevo México entre otras, con los Frank y Jesse James, los hermanos Younger, Wyatt Earp, Bat Masterson y demás protagonistas de épicos combates entre los guardianes del orden y los forajidos.

Las muertes, los duelos eran de todos los días. Salvo el tendero, herrero, el pastor y el maestro de las incipientes escuelitas de los primeros pioneros, todos andaban armados pero la mayoría perdía los duelos y las balaceras con los maleantes porque no sabían usar las armas, en las que los bandidos eran diestros, muy diestros.

Las Colt, las Smith & Wesson, los rifles Winchester brindaban a los más hábiles en el manejo de las armas su propia seguridad, porque los alguaciles, los sheriffs, la mayoría eran incapaces de poner más orden que en la taberna a unos cuantos que se embriagaban bebiendo whisky o porque hacían trampa con los naipes, pero de enfrentarse a los malosos, pues… se hacían los desentendidos, o se aliaban con ellos.

Llegaban las pandillas y el cerradero de puertas y ventanas; el que la llevaba siempre era el dueño del Saloon, quien sufría la ruptura de espejos, botellas, copas, vasos, mesas y sillas y le quedaba su taberna toda agujeread, con las muchachas refugiadas en una sórdida habitación, mientras los cuatreros escapaban en sus caballos con rumbo desconocido mientras el pueblo empezaba a recoger los muertos. Esa era la vida en el salvaje oeste.

Y a los que se atrevían viajar en diligencia, era por su cuenta y riesgo; los asaltos a Wells Fargo estaban a la orden del día; y si no los atacaban los maleantes eran los indios y la caballería brillaba por su ausencia. Muertos, muertos y más muertos. Balaceras, pleitos, pleitos y mas pleitos.

Toda proporción guardada pero así estamos hoy día. ¿Qué espera la autoridad? No podemos entrarle a los balazos contra la delincuencia porque ni estamos armados, ni le entendemos a eso ni tampoco es nuestro trabajo. Pagamos impuestos para que nos brinden seguridad; para eso les pagamos. No les pedimos mucho, solo que hagan bien su trabajo porque además no nos lo hacen gratis, nos cobran y mucho.


  • Abel Campirano
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