Carros

Ciudad de México /

Quien diga que en el mundo no existe un serio problema de tráfico es por una de tres: es un tarado, vende carros o vive en un ejido y trabaja arriba de un caballo o, en su defecto, jalando un burro.

Ver tantos carros sobre las avenidas principales de la ciudad me enturbia el cerebro. A ciertas horas el flujo vehicular tiende a ser lento, torpe, desesperante. El atascadero que se forma afuera de las escuelas, por ejemplo, es espeluznante; para mí es incomprensible el que no se haya desarrollado, a estas alturas, un sistema eficiente y cómodo de transporte escolar. Y no, no me refiero a la imagen romántica del autobús amarillo con la señora gorda al volante y los niños canturreando melodías pueriles.

El carro es muy importante. Nadie está dispuesto a renunciar al hecho de poder subirse a su auto a la hora que sea para ir a donde se le pegue su regalada gana.

El problema del tráfico está íntimamente ligado a la manera en que está construida la ciudad. Ésta la hemos edificado casi de manera exclusiva para el tránsito vehicular, pero este flujo cobra un altísimo precio: miles de toneladas de acero y plástico erosionan los pavimentos, obligándonos a reparar baches y recarpetear constantemente, además de la emisión de contaminantes hacia la atmósfera, los choques y el costo que supone para conductores y compañías de seguros, y la basura automotriz acumulada en yonques, todo esto hace ver que el automóvil es una pesadilla que supera a sus virtudes.

Debemos empezar a replegar el tráfico fuera de ciertas áreas sensibles y susceptibles de atascarse. Me queda claro que hay que modificar la forma de la ciudad, tanto de la ya hecha como de la que se está construyendo; hay que reubicar las estructuras públicas y aquellas que supongan altas densidades de ocupamiento. Por supuesto que la planeación es una palabra demasiado compleja para nosotros, que preferimos vivir al día y resolver las cosas según se vayan presentando.

No me queda claro: tenemos una estación espacial orbitando el globo y no somos capaces de poner un cochino tranvía en el centro de la ciudad y sacar los carros de una vez por todas. Hay que empezar a quitar automóviles de la ciudad.

Pero somos tan dependientes de los carros. Desde el aire, el tráfico aparece en las avenidas como filas de hormigas y escarabajos que van de un sitio a otro, acelerando, frenando, virando, chocando.

El automóvil es una de las máquinas más ineficientes jamás construidas por el ser humano. En el fondo no son más que un montón de fierros con ruedas que contaminan. Y encima de eso son carísimos. debemos abogar por sistemas de transporte más saludables. ¿Caballos y carretas? No, tampoco hay que ser retrógrados y estúpidos. Habría que estar recogiendo toneladas de mierda de las calles y tendríamos más veterinarios que mecánicos.

Entiendo que retirar y sustituir la mayoría de los carros supone que toda la estructura que gira en torno a ellos se vendría abajo y esto podría ocasionar una crisis; mecánicos, aseguradoras, agencias, mercadotecnistas, fabricantes de cualquier cosa que lleven los carros, todo se cimbraría, pero hay que empezar ya, de manera pausada y planeada

La pregunta es, ¿cuándo podemos empezar? Invertir en sistemas alternos de transporte no es una opción, es una necesidad y es urgente. O inventamos esos vehículos voladores de las películas de ciencia ficción o vamos a terminar transportándonos en esas carruchas chinas jaladas por gente. Por lo pronto los vehículos eléctricos son ya una realidad; vamos bien.

El asunto del tráfico también es cosa de psicología de masas: el tráfico, su flujo caótico, su velocidad, su ímpetu, tienden a alterar a la gente. A la larga nos acostumbramos, pero los efectos son obvios: estrés, desesperación, violencia y esa extraña y picante sensación de que debemos movernos rápido y constantemente. Debemos reducir la velocidad de la ciudad, hay que aplacarnos. Además, las emisiones tóxicas se acumulan en la atmósfera y en los edificios: la calidad del aire es pésima. Es como meter un mofle en una bolsa, llenarla de humo y luego ponérnosla en la cabeza. No entiendo a qué clase de estúpido se le ocurre hacer algo así. El tráfico nos está matando. El progreso no depende de la velocidad, sino de la eficiencia.

Mientras tengamos grandes volúmenes de vehículos transitando por las calles se presentaran enormes problemas; estamos acostumbrados a vivir entre el mugrero que hemos creado y no solo no lo resolvemos: lo agravamos. Pero el asunto de los carros es solo uno de los tumores malignos que se alimentan de la gran ciudad: hay otros problemas igual de serios que conforman un sistema, y este nos mantiene inmersos en una porquería de ambiente que reduce nuestra calidad de vida. Yo creo que ya es hora de pensar en nosotros y dejar de idolatrar la tecnología que, en teoría, debería servirnos, no destruirnos. Claro, con esa política de seguir ignorando las energías alternativas no vamos a resolver una chingada.

chefherrera@gmail.com

  • Adrián Herrera
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