Desvanecerse

Monterrey /

He estado viendo videos de gente que se muere de repente. Un jugador de futbol cae en mitad de la cancha fulminado por un infarto. Un político se desvanece mientras da una conferencia de prensa. Un jugador de badminton colapsa ante la mirada atónita de los espectadores. Una mujer sufre una embolia cerebral mientras le cortan el cabello. Un hombre de mediana edad celebra su cumpleaños con familia y amigos y, mientras bebe cerveza, se reclina sobre la mesa y deja de existir.

Hace muchos años tuve un problema de arritmia. El corazón se me descojonó y comenzó a latir de manera errática. Ya en emergencias me acostaron en un camastro y me conectaron todas esas máquinas con tubos y electrodos. Luego me pusieron un equipo de venoclisis y me inyectaron sustancias. Rápidamente fui perdiendo el conocimiento. Al principio me asusté, pero en cosa de segundos acepté que me estaba muriendo. O por lo menos eso pensé, eso sentí. Por fortuna nada de eso ocurrió; resulta que el enfermero me inyectó lidocaína y no se le ocurrió decirme que me podía desmayar. Pero al final qué bueno que ocurrió todo esto, porque me puso a pensar en muchas cosas. El desvanecimiento que experimenté fue de cierta manera catártico, terapéutico y luminoso: en la oscuridad encontré una luz, una revelación, una epifanía: acepté plenamente la idea de la extinción absoluta, el fin de la conciencia y de la existencia de cualquier tipo. Contemplé de frente el vacío, la oscuridad, la fuente de toda angustia. Ese néctar horrendo y desprovisto de sentido y dimensiones me perfundió plenamente y le quitó todo sentido a mi existencia.

La muerte es inconsecuente. Hay quienes quieren creer que esta vida es solo una dimensión de donde se pasa a otra a través de una transición. No hay tal cosa. Pero se vale mitigar la angustia con cualquier esquema fantástico, pero sépase que al final no ocurre nada.

El mundo se entretiene matándonos de maneras tan extrañas como injustas, cruentas, divertidas o predecibles. Nos mata, le gusta, lo necesita, y lo único que tiene que hacer es girar sobre sí mismo, enloquecido, ciego, inconsciente.

Nos disolvemos diariamente. Cuando nos entra ese sopor característico del sueño no nos detenemos a pensar que quizá aquello sea el preámbulo-émulo- de nuestra muerte. Porque hay gente que ya no despierta. Afortunados ellos los que no se dan cuenta de su propia muerte. Qué horror tener que verla directo a los ojos. Siempre me preguntan eso: ¿Cómo prefieres morir? Mi respuesta es siempre la misma: prefiero seguir vivo. Entiendo que no se puede, pero vivo pensando que, de alguna manera, podría ser inmortal. Mira que es reconfortante. Pero no es real.

Estos cuerpos que somos se van desbaratando, disolviendo, descojonando. Y debemos cargar con ellos y darles el mantenimiento que necesitan, a riesgo de tener una vejez dolorosa, patética y lastimosa, envuelta en fármacos, prótesis, sillas de ruedas, enfermeros, exámenes clínicos, gastos imposibles de pagar, alienamiento y soledad. Siento que a veces es mejor eso de morir joven y que extender la vida “lo más que se pueda” es un despropósito y no tiene justificación.

En el cuento de Ambrose Bierce, “Problemas para atravesar un campo”, se narra la historia de un tipo que desaparece espontánea y repentinamente frente a tres grupos de observadores. No hay explicación, rastros, nada: sencillamente desaparece. Eso, creo yo, resume nuestra condición de manera esencial. La impermanencia, la inconsecuencia, la destrucción de la memoria, de todo lo que fuimos, en un momento impredecible, insospechado, brutalmente instantáneo. Entonces es cierto el dicho que establece que “de la nada venimos y a la nada vamos”.

Quizá el irnos desvaneciendo lentamente sea la mejor manera de morir. Experimentar solo un brevísimo momento para vivir lo último que nos queda de conciencia, de recuerdos, de reflexión, de solo sentir algo, lo que sea, antes de entrar en ese pasmoso mundo de oscuridad, de nada, y dejar que el mundo siga con su rotación absurda, su pesadilla cíclica, su ímpetu imparable y sus ciegas y disparatadas evoluciones. Este mundo, con todas sus creaciones y hechuras, no va a ninguna parte y nada tiene sentido.


  • Adrián Herrera
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