País muerto

Monterrey /

No soy yo nada más. Por donde quiera que paso hay letreros y carteles que piden a gritos cocineros, cajeras, meseros, ayudantes. ¡Estamos contratando! Pero no llega nadie. Llevamos rato así. No sabemos si son los efectos de la pandemia, de una depresión generalizada, algún ingrediente en el agua o la obra de algún mago travieso que ha elaborado un encantamiento funesto en todo el país y nos mira bebiendo alcohol, riendo a carcajadas y estirándose los genitales. 

Contratamos a una agencia de colocación. Le dimos los perfiles que necesitábamos, sueldos, horarios, puestos. Poco a poco fueron acudiendo a los llamados. Una chica aquí, un tipo allá, un joven por acá y así. El comportamiento fue el siguiente: de 10 personas que mostraron interés y que se comprometieron en ir al restaurante para una entrevista, siete no llegaron, tres llegaron –tarde–, y de esos tres que se comprometieron en comenzar a trabajar en los siguientes días solo llegó uno y, ¿qué cree? No dura ni la semana. Es verídico. 

Los lunes son días turbios y desesperanzadores para mí porque son días de oficina. Tengo que andar correteando proveedores, arreglando cosas rotas o descompuestas, ver que se hagan las preparaciones de recetas para la semana, pelear con vecinos, ver que la gente llegue temprano, hacer mil llamadas, dejar mensajes y atender cosas de mi casa. Por eso odio los lunes. Todos, desde enero hasta diciembre. El caso es que es el peor día porque a la gente le vale verga. Siento que el lunes no es una excusa, es ya una condición. Pero andar arreando gente todo el día es muy estresante. Nadie te regresa ni llamadas ni mensajes y es una proeza hacer algo que valga la pena ese día. Pero no solo ese día: arrancar la semana es un proceso lerdo, soso ya veces, estancado. Y cuando ya se han recuperado los ánimos llega el fin de semana y entonces entramos en otro esquema igual de pernicioso: el de comenzar a celebrar antes de tiempo los días –o el día de descanso– y así nos arrojamos a otro ciclo de desorden y valemadrismo que termina en lo que ya conocemos. 

Me frustra mucho intentar sacar adelante mis negocios, mis proyectos, en un ambiente desfigurado que no muestra interés por nada más que por ver pasar el tiempo, y en entretenerse con idioteces y entregándose a excesos.

Nuestro país está como perdido, inutilizado, secuestrado, lapidado. Ha sido progresivamente debilitado, manipulado, controlado y guiado hacia un caos, un abismo. Este país está como ignorado, olvidado, muerto. El nuestro es un país escindido, polarizado, nervioso y errático que se mueve entre una bruma oscura y espesa en donde los pocos destellos que se perciben, fantasmagóricos, resultan en quimeras. 

En nuestro país se acabó el deseo de salir adelante; hay una ausencia notable de intención, de ímpetu. Hemos entrado en una fase de pasividad, de pasmo, letargo y delirio. Hemos perdido el sentido de nuestras acciones, ya no hay esfuerzo que valga y no nos interesa concentrarnos en lo que queremos,porque ya no estamos seguros de querer nada. Todo se ha ido ralentizando y esto nos va a llevar irremediablemente a un coma generalizado. Yo no sé si esto se debe a la manera en que somos, al tema político, a la violencia oa cualquier otra crisis por la cual estemos pasando, pero nos está partiendo la madre. Y nos estamos dejando. O a lo mejor todo esto es una sacudida que necesitamos para espabilar y ponernos a trabajar. No lo sé. 

Por lo pronto yo sigo haciendo lo que está en mi poder para cambiar y mejorar lo que se puede. Ya no hay que perder el tiempo. Todo se destruye a nuestro alrededor. Por cierto, y si le interesa,  ¡estamos contratando!


  • Adrián Herrera
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.