Paraíso todo incluido

Monterrey /

Somos parte de un flujo constante y predecible. Viene gente de todas partes. Y por lo mismo de tanta diversidad cultural, el tema de la comida es importante


Es un hotel all-inclusive. Por un precio relativamente accesible te dan todo: comida, bebidas, albercas, playa, entretenimiento. Aquí todo está cuidadosamente contabilizado. Eso para controlar los costos. Se atienden a miles de personas al día, por lo que el huésped se transforma automáticamente en una estadística. Por lo mismo, uno no debe esperar ser tratado como un individuo. Es una especie de divertida distopía, pero que encierra la semilla del apocalípsis. Pero, como dije, la alberca y el alcohol ilimitado lo valen.

Somos parte de un flujo constante y predecible. Viene gente de todas partes. Y por lo mismo de tanta diversidad cultural, el tema de la comida es importante. Se debe tener una oferta gastronómica muy variada. Hay de todo: horrendos y gomosos ceviches, pasta Alfredo, que es todo menos pasta Alfredo, sushi del infierno, sopa de tortilla para generar holocaustos, ensaladas de antología de terror, carnes a la plancha como para arrojarse a las profundidades del mar después de comerlas, arroces para enfermos terminales, pescados momificados, camarones retorcidos de espanto, enchiladas rellenas de gritos y espanto, pollos rostizados con crisis existenciales y sopas confeccionadas en aquelarres. Es como entrar a un cuarto donde todo el mundo habla, grita y gesticula al mismo tiempo y en idiomas distintos. Un Babel culinario psiquiátrico pues.

Las albercas no son profundas, y esto por seguridad. Hay viejitos, niños, epilépticos y acalambrados y no queremos ahogados. Estas albercas son sistemas interconectados por canales y muchísima gente va flotando y desplazándose lerda y sosamente por ellos, como manatíes drogados; algunos juegan con pelotas, otros se tienden como lagartijas a desarrollar cáncer de piel sobre los camastros perfundidos por intoxicantes aromas de coco de cremas antisolares, exponiéndo sus horrendos, peludos e hinchados vientres mientras respiran ruidosamente y roncan como animales de zoológico, en tanto que otros más se la pasan echándose agua en la cabeza mientras van pensando en qué van a comer. También están los panzones que van con su familia que, con cerveza en mano, fantasean con pasar una noche con cualquiera de las bien formadas damas que se pasean exhibiendo sus dotaciones —naturales o quirúrgicas— con coloridos y diminutos bikinis. Después se ven todos estos cuerpos zombificados tendidos en la playa, con la vista perdida, contemplándo el lento ascenso de los cumulus nimbus que se desarrollan majestuosamente sobre el horizonte.

Pero el problema fundamental aquí es el agua de la alberca. La temperatura, para ser preciso. Se siente como un sauna. Y es que la combinación de la temperatura ambiente (estamos en pleno verano), la de los cuerpos flotantes más los rayos del sol que en esa profundidad acumulan muchísima energía. Y es que, con este calor, uno se mete a la alberca para refrescarse, no para cocinarse como puchero. Tiene un efecto devastador sobre el sistema nervioso que sOlo puede mitigarse con una piña colada, una cuba o una cerveza muy fría.

Al final, el entretenimiento. Discotecas y antros con alcoholes adulterados e ilimitados, música repetitiva y percutiva, luces intermitentesy alienantes, cuerpos contorsionándose, desfigurándose, entrando en un vértigo psicodélico, indescifrable. Una alucinación que se concretará de manera contundente en una resaca de los mil demonios al día siguiente y de la cual no quedará memoria alguna.

Todo esto es como una Isla de la Fantasía donde nunca se cumplen ni satisfacen nuestros sueños ni anhelos. Una ludopatía cíclica que no conduce a nada. Un esquema de consumo donde nosotros somos los consumidos.

Lo bueno de todo esto es que eres un extraño entre extraños. Y eso te da cierta libertad mental, cierta, claridad y libertad. Porque, al final, eso es lo que somos, simios bípedos y medianamente inteligentes, una persona más entre millones, deambulando tontamente, alcoholizados y alienados, en este mundo-zoológico sin sentido, pero que provee de ciertos placeres momentáneos a precios accesibles y concomitantes con nuestras necesidades inmediatas e inconsecuentes vidas. ¡Bienvenidos al paraíso todo incluido!

  • Adrián Herrera
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