Viajar

Monterrey /

Se dice que todos tenemos una ciudad, un sitio, favorito. Una mezcla entre una utopía y una realidad alternativa que nos arrebata, nos embriaga con sus encantos —prefigurados, claro— pero que, al final, nos envuelve en un encantamiento literario. Por ejemplo, Thomas Bernhard —austriaco— ansiaba Hamburgo. Sir Richard Burton, el mundo árabe. Marco Polo, el Oriente. Y así una lista interminable de viajeros que buscaron una especie de Edén, de una mezcla de redención y revelación en un sitio totalmente distinto a sus lugares de origen.

Quizá viajamos para huir, o, tal vez, por nuestra natural compulsión por descubrir, simplemente porque somos curiosos.

Siento que a veces solo hay que salir, por el mero hecho de alejarnos del sitio donde estamos, alejarse, a donde sea y sin ninguna justificación. No importa si el motivo es experimentar algo nuevo o simplemente dejar atrás la cotidianidad que nos agobia, asfixia y mantiene en un estupor delirante. Dejar todo y marcharse, aunque sea un par de días. Por eso apreciamos tanto los fines de semana “largos”, otorgados por los benditos asuetos.

Y no hablo de “vacaciones”. Pero qué concepto tan artificial y estúpido. Entérese: eso no existe. No es más que un placebo inconsecuente e inviable. Me enferma escuchar esa palabra. Vacaciones. No son más que un montón de postales desteñidas y bidimensionales conectadas de manera forzada para darnos una sensación irreal de momentos felices. Pero todo es una sucia mentira, una patraña, una simulación.

¿A dónde se supone que vamos cuando viajamos? ¿Qué sentido tiene esa intención? Eso nunca se sabe. Ni antes ni después de hacer el viaje. Porque el viaje no es más que un supuesto. No hay comienzo ni conclusión. Viajar es quimera, ilusión, fantasía.

Me sorprende: antes, los medios de transporte eran lentos. Los viajes duraban muchísimo. Ahora es todo lo contrario. Y los efectos son directamente proporcionales: viaje largo, más experiencia e introspección. Viaje corto, experiencia irrelevante que se olvida pronto.

Viajar tiene su lado oscuro: es comprender que tal proceso —el viaje— no es otra cosa que ir para regresar, es decir, es un intento fútil por romper el esquema cíclico en el cual estamos naturalmente condicionados. No hay escape. Estamos como el carrusel de feria, donde un círculo de caballitos acartonados con sonrisas falsas e inquietantes dan vueltas de manera vertiginosa con niños tontos encima, que se comportan como si estuvieran drogados, con los papás lamiendo un cono de helado, esperando a que den otra vuelta más, contemplándonos con el mismo rostro de idiotas enajenados y eso les causa una rara especie de placer momentánea.

Solo la imaginación nos ofrece una salida momentánea de esta pesadilla cíclica, pero no resuelve el problema. Sí: nos hace creer que somos libres, que saliendo de nuestras ridículas y limitadas vidas podemos alcanzar una especie de estúpida e inútil realización de claridad y liberación. Quizá viajemos para que, al regresar, veamos si esa vida que dejamos momentáneamente atrás ha mejorado. Pero pronto nos enteramos de dos cosas: o la vida después del viaje seguirá igual de aburrida e inconsecuente, o va a empeorar. Casi siempre ocurre lo segundo.

Me viene a la mente que quizá una manera de resolver este asunto de intentar escapar de nuestra realidad geográfica y de nuestra inmediatez sea forzarnos a imaginar nuestro terruño como si fuésemos viajeros, extraños en nuestra propia tierra. Y puede ser que, entonces, veamos las cosas desde otro punto de vista y logremos comprendernos a nosotros mismos y entender que el mundo no es más que una enorme ilusión con matices tan variados que nos llevan a pensar que somos más distintos que parecidos.

Viajar es ensayar y confirmar mentalmente nuestra idea de nosotros mismos y, a partir de eso, crear una idea del mundo. Siempre, claro, desde nuestro punto de vista.

En suma: habitamos una pluralidad de mundos, de realidades, encapsulados en un planeta minúsculo e irrelevante


  • Adrián Herrera
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.