La Constitución de la 4T

Ciudad de México /

Políticamente, el presidente López Obrador no juega billar, juega carambola. No embuchaca: toca varias bandas antes de alcanzar la última bola. Ahí está la miscelánea de 20 iniciativas que anunció la semana pasada. La banda prioritaria es, como siempre, la electoral, la segunda es de dictado de línea y la tercera es de distracción. La primera y la última se explican solas: lanza anzuelos para pescar la mayoría calificada en el Congreso —reformas más o menos atractivas— y demanda demoler instituciones o instrumentos impopulares como el Poder Judicial y las curules plurinominales, eludiendo de paso los temas mediáticos adversos. Yo tengo duda sobre la pertinencia de sus carnadas porque atraen más al votante que ya tiene que al que le falta —no apelan a la clase media, por ejemplo, ni el salario mínimo ni las pensiones topadas ni el programa de vivienda—, pero en fin.

Me detengo en la segunda banda, que es la que me parece más interesante. Creo que AMLO quiere dejar las instrucciones para armar una eventual Constitución de la 4T. En este sentido su paquete legislativo refleja tres de sus taras emblemáticas: el desprecio por el conocimiento, la improvisación y el personalismo voluntarista. Por eso, porque no recurre a especialistas, no planea las cosas y confía demasiado en el poder de su voluntad, no se percató a tiempo de que necesitaba un rediseño constitucional para volver transexenal su “transformación”. Vamos, ni siquiera previó que tenía que hacer una reforma judicial o extinguir los órganos autónomos para concentrar el poder. Creyó que para someter a sus contrapesos bastaban manotazos presupuestales, tan casuísticos como perentorios.

Me alegro, porque la Carta Magna que yo quiero para México debe mantener los equilibrios democráticos y no incluir despropósitos como el de elegir a los jueces. Los cambios que requiere, por lo demás, son de ingeniería y funcionalidad. Estoy convencido de que una ley de leyes debe estar hecha de grandes trazos normativos y ser coherente y aplicable. No ha de albergar un abismo entre norma y realidad que incentive reglas no escritas, ni minucias que la volatilicen. En otras palabras, no ha de asemejarse a la que hoy tenemos, que es un farragoso plan a futuro y no una concisa guía cotidiana del comportamiento individual y social de los mexicanos. Justamente por ello en la LXIII Legislatura presenté una iniciativa para crear leyes orgánicas de reordenamiento constitucional para descargar en ellas el fardo reglamentario y darle precisión y coherencia a la Constitución actual. Lo que propone AMLO es justamente lo contrario: meter disposiciones sobre el fracking, el fentanilo y los vapeadores que, si acaso, dan para una ley secundaria. Hacer de nuestro texto constitucional una gigantesca caja fuerte para guardar pequeñas “conquistas legales” —que no se sabe cómo se aplicarán y que cabrían en un reglamento— es lo que lo hizo el segundo más extenso del mundo, después del de la India, y uno de los más incoherentemente minuciosos.

La miscelánea de AMLO es, además de anzuelo y distracción, mandamiento. Él ya no dejará una Constitución, por fortuna, pero sí un instructivo —pergeñado sobre las rodillas, claro— de lo que deberá constitucionalizar la 4T. Ojalá que la oposición nos muestre otro proyecto. 


  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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